Cerebros y mentes (II): El murciélago de Nagel
Muchos filósofos coinciden en que el problema de la reductibilidad de la mente al cerebro es, de hecho, el problema de la consciencia. Pero, ¿a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de consciencia – y qué pinta un murciélago en todo esto?
De entre las múltiples definiciones existentes del término ‘consciencia’, una de las más influyentes y quizás más intuitivas nos la ofrece Thomas Nagel:
“An organism has conscious mental states if and only if there is something that it is like to be that organism – something it is like for the organism.”
Es decir, que un organismo es consciente si ese organismo se siente en algún modo por ser ese organismo, si tiene un punto de vista.
Según Nagel, cualquier intento de reducción de lo mental a lo físico que fracase en explicar este sentirse debe ser rechazado, porque deja algo por resolver. Pero he aquí el núcleo del problema: todas las explicaciones reduccionistas, dice Nagel, son objetivas. Describen aquello observable des de un punto de vista de tercera persona. Pero la experiencia característica de los seres conscientes, este sentirse o tener un punto de vista, es intrínsecamente subjetiva. Por eso no puede ser capturada por las explicaciones reduccionistas. Para ilustrar el problema, Nagel nos propone el siguiente experimento mental: ponernos en la piel de un murciélago.
En aras del argumento, aceptemos la siguiente premisa: que los murciélagos son conscientes. Es decir, que se sienten de algún modo. Sabemos que los murciélagos perciben el mundo principalmente a través de un sistema de ecolocación y sónar. Lo sabemos porque hemos estudiado su cerebro y su comportamiento, y entendemos cómo funciona. Sin embargo, este tipo de percepción es algo radicalmente diferente de nuestros sistemas perceptivos. Por ello, nuestra capacidad de imaginar cómo sería ser un murciélago, o cómo se siente un murciélago cuando percibe a través de este mecanismo es muy limitada – por no decir inexistente. Podemos imaginar qué siente el murciélago cuando siente dolor, hambre o sueño, porque nosotros también experimentamos esas sensaciones. Pero no sabemos qué siente cuando percibe el mundo a través del sónar, porque nosotros no poseemos ese sentido. Comprendemos qué hace su cerebro, y por qué se comporta como lo hace. Pero no podemos imaginar, ni siquiera describir qué experiencia tiene.
Del mismo modo, es imposible para una persona congénitamente ciega imaginar qué es un color, o para alguien sordo imaginar un sonido. En cambio, está claro que pueden comprender la teoría física sobre las ondas electromagnéticas o las ondas mecánicas que describen los colores y el sonido en modo objetivo. Pero esto no les ayuda lo más mínimo a imaginar qué sea ver u oír. Algunos conceptos están intrínsecamente relacionados con la experiencia subjetiva, y parece que sólo a través de tener esa experiencia podemos comprenderlos.
Así, podemos distinguir dos niveles de descripción de los fenómenos. Podemos hablar de un fenómeno en sí, objetivamente (ondas electromagnéticas de distinta frecuencia), o del mismo fenómeno para alguien (los colores), tal y como ese alguien lo vive dados sus sistemas perceptivos – los filtros a través de los cuales tiene acceso al fenómeno en sí. Bajo esta óptica, Nagel concluye que si lo que queremos explicar es la consciencia – es decir, los fenómenos para alguien-, de poco sirve estudiar los fenómenos en sí. En el fondo, la suya es una crítica metodológica. Las descripciones objetivas no son una herramienta válida para explicar fenómenos subjetivos. Quizás demasiado pesimista, afirma el autor:
“Without consciousness the mind-body problem would be much less interesting. With consciousness it seems hopeless”.
En cualquier caso, el murciélago de Nagel pone de manifiesto que no es evidente afirmar que la consciencia puede ser reducida al cerebro. Parece que hay algo en lo mental que escapa a la descripción objetiva de los procesos cerebrales.
- Nagel, Thomas (1974). «What Is It Like to Be a Bat?». The Philosophical Review. 83 (4): 435–450.
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