¿Es posible juzgar el pasado desde el presente? Anatomía de una controversia

«El pasado es un país lejano. Ahí hacen las cosas de otra manera»

L. P. Hartley – The Go-Between (1953)

Es habitual escuchar que no debemos juzgar el pasado desde las categorías del presente. A menudo, esta expresión hace referencia específicamente a juicios moralesdeberíamos, se afirma, abstenernos de aplicar al pasado lejano los principios morales que empleamos en el presente (aquellos que utilizamos para decir que una acción es injusta o moralmente errónea, y que nos sirven también para adscribir responsabilidad moral a individuos, grupos o instituciones). Por ejemplo, en una entrevista del 2018, preguntado sobre la conquista de América, el escritor Arturo Pérez-Reverte respondía que «juzgar el pasado con los ojos del presente es una barbaridad».[i] Esta expresión, sin embargo, es bastante ambigua, y quienes la emplean no acostumbran a especificar cómo la entienden exactamente. El objetivo de este artículo es tratar de arrojar algo de luz sobre esta cuestión, mostrando que, tras lo que puede parecer un principio intuitivamente atractivo (al menos para algunas personas), se esconden tesis implausibles y alguna que otra confusión.

Una posible interpretación es literal: cuando hablamos de eventos ocurridos hace cientos (o incluso miles) de años, no tendría sentido —o sería, en todo caso, erróneo— aplicar los estándares de corrección moral que aplicamos en el presente. Esta es, en cierto sentido, una posición relativista, dado que implica que los juicios sobre lo que es moralmente correcto, o bueno, o justo, incluso cuando se aplican a acciones o eventos idénticos,[ii] dependen del período histórico en el que tienen lugar los hechos relevantes. Esta posición, no obstante, es altamente implausible. Para empezar, porque nos forzaría a concluir, por ejemplo, que en aquellos períodos históricos en que las normas morales dominantes no condenaban la esclavitud, esta era una práctica moralmente aceptable. De lo contrario, claro, estaríamos imponiendo los estándares del presente a las prácticas del pasado. Ahora bien, parece bastante claro que la esclavitud es una práctica inmoral, independientemente del período histórico concreto en el que se practique, e independientemente de las creencias morales de quienes viven en cada período concreto. Del mismo modo, la inmoralidad de los grandes horrores del siglo xx (como el Holocausto, el gulag, o la Revolución Cultural maoísta) no parece depender de cuáles fueran las creencias morales imperantes en el momento. Incluso si estas hubieran amparado estos hechos, seguramente son muy pocos los que querrían concluir que esto los habría justificado (o, por lo menos, inmunizado frente a la censura moral de la posteridad).

En segundo lugar, otro problema con la interpretación literal de la tesis de que no podemos juzgar el pasado con los ojos del presente es que, en la mayoría de casos, resulta imposible encontrar «una sola voz» en el pasado. Cuando la legitimidad de la conquista de América era generalmente aceptada, existieron voces que la pusieron en duda (siendo la más conocida y debatida la del misionero español Bartolomé de las Casas). Del mismo modo, cuando la esclavitud era mayoritariamente considerada una práctica aceptable, hubo quienes demandaron su abolición (de hecho, a finales del siglo XVIII, incluso alguien como Thomas Jefferson, propietario de esclavos, tildaría esta práctica de «crimen abominable»). Dado que, en casi cada época, y en relación a casi cualquier práctica o suceso relevante, han existido voces discrepantes, no está claro hasta qué punto criticar dichas prácticas y sucesos supondría juzgar el pasado con los ojos del presente (es decir, a través de categorías, principios y estándares morales exclusivos del presente). Parecería, pues, que quienes critican, desde el presente la conquista de América o la esclavitud, estarían adoptando (al menos de manera parcial) principios y estándares morales que eran propios de la época en que se produjeron —en el sentido de que eran principios y estándares asumidos por algunos colectivos de la época.

Un tercer problema con la interpretación literal es que, si la admitimos, resulta difícil explicar por qué no deberíamos aceptar otros relativismos (que, en general, quienes sostienen que el pasado no debe juzgarse a la luz del presente están mucho menos dispuestos a aceptar). Por ejemplo, un relativismo geográfico o cultural, de acuerdo con el cual cuando hablamos de eventos ocurridos en lugares remotos, o en culturas muy diferentes de la nuestra, no tiene sentido —o es un error importante— aplicar los estándares morales propios de nuestra cultura o territorio. Si rechazamos estos últimos relativismos (es decir, si rechazamos que dos acciones idénticas deban recibir distinta calificación moral porque se produzcan a miles de kilómetros de distancia, o en culturas diferentes), ¿no deberíamos también rechazar el relativismo de corte temporal o histórico? Es decir, si podemos juzgar lo que sucede en otras culturas a través de las categorías y estándares dominantes en nuestra cultura, ¿por qué no podríamos juzgar hechos del pasado a través de categorías y estándares del presente? Por supuesto, que no sea obvia cuál es la diferencia entre ambas clases de relativismo no implica que no pueda haberla (aunque, en todo caso, los defensores de la variante histórica no han ofrecido, hasta donde yo sé, ninguna explicación plausible). Y, por otra parte, uno siempre puede alcanzar la coherencia admitiendo todos los relativismos (pese a que, en general, el relativismo moral es una posición muy minoritaria dentro de la filosofía contemporánea).

¿Significa esto que el tiempo no importa en absoluto? No necesariamente. Una posible interpretación alternativa de la idea de que no podemos juzgar el pasado desde el presente se centraría exclusivamente en algunos juicios morales en particular: en concreto, aquellos que implican atribuciones de responsabilidad moral. Empecemos con algunas distinciones básicas. En general, algo puede ser bueno o malo, sin que podamos responsabilizar a ningún individuo en concreto. El terremoto de Lisboa de 1755, por ejemplo, fue malo (en el sentido de que destruyó cosas valiosas), pero no fue injusto ni es posible responsabilizar moralmente a nadie por el mismo (esto es, no hay nadie a quien podamos castigar por haber sido el causante del terremoto de Lisboa). Veamos ahora un ejemplo algo diferente. Supongamos que yo me hubiera criado en una hermética secta, sin absolutamente ningún contacto con el mundo exterior. Tanto en casa como en la escuela, se me enseña que todos aquellos que no comparten nuestro modo de vida están empeñados en acabar con nosotros y no pararán hasta habernos aniquilado completamente, y que su arma más destructiva —aquella con la que llevarán a cabo su malvado plan— es el teléfono móvil. Ahora imaginemos que un día me topo, en los límites del territorio en el que opera la secta, con un desconocido hablando con su teléfono móvil. Aterrado, me abalanzo sobre él, reduciéndolo, y atándolo de manos para que no pueda culminar lo que estoy convencido de que es un acto atroz. En este caso, ya no estamos hablando de meros fenómenos naturales: los hechos suceden de manera intencionada. Y, sin embargo, no parece que, en una situación de este tipo, se me pueda considerar moralmente responsable de una acción inmoral o injusta. O, por lo menos, no plenamente responsable. Intuitivamente, parece relevante, a la hora de atribuir responsabilidad moral a un individuo, saber qué información disponía (o podría haber realísticamente dispuesto) en el momento de cometer un acto determinado. En este ejemplo, todas las fuentes de información a las que yo podría haber accedido de forma realista, dadas las circunstancias, me llevarían a concebir al desconocido como una amenaza.

Dicho brevemente: la responsabilidad moral (como la penal) está sujeta a ciertas circunstancias eximentes (que anulan completamente la responsabilidad moral de un individuo) y atenuantes (que limitan el grado en que un individuo es considerado moralmente responsable de un hecho). Como hemos visto, la información (tanto aquella de la que uno dispone de facto, como aquella de la que podría haber dispuesto sin excesivas dificultades) puede, en ocasiones, al menos atenuar la responsabilidad moral. La existencia de amenazas y coacciones también juega un rol análogo.

Pues bien, teniendo esto en mente, una segunda versión (considerablemente más débil) de la tesis de que el pasado no puede juzgarse con los ojos del presente vendría a decir que no podemos atribuir responsabilidad moral por los hechos del pasado a sus autores como si en aquella época fueran mayoritarios los principios y estándares morales del presente. Esto es una tesis plausible: si yo, un ciudadano de un país industrializado del siglo xxi, acudo a la quema de una mujer acusada de bruja, puede considerárseme, prima facie, moralmente responsable de haber contribuido a una injusticia —pues, por lo general, me encuentro en una posición en la que me resulta relativamente fácil acceder a la información necesaria para saber que las creencias en las que se erigen las acusaciones de brujería son infundadas. Ahora bien, un campesino francés del siglo xvii, por ejemplo, se encuentra en una situación bastante diferente. Por un lado, vive en una sociedad en la que resulta difícil acceder a la información necesaria para determinar la irracionalidad de las acusaciones de brujería. Por el otro lado, habita un contexto ampliamente favorable a la quema de brujas, en el que resulta complicado entrar en contacto con opiniones contrarias. En este caso, las circunstancias en las que el campesino desarrolla sus creencias y opiniones no son, por emplear una expresión habitual en la filosofía, epistémicamente favorables (bajo estas circunstancias, no sólo es difícil y costoso razonar correctamente, sino que también es improbable que se entre en contacto con creencias dotadas de una mejor justificación). Esta asimetría en la posición de ambos parece relevante para la atribución de responsabilidad moral: que en el pasado fuera mucho más complicado familiarizarse con los estándares y categorías morales que hubieran condenado acciones morales probablemente reduzca (aunque tal vez no elimine completamente) la responsabilidad moral de quienes participaron en ellas.

Cabe señalar, no obstante, que, bajo esta concepción más débil, es perfectamente posible afirmar que, independientemente de cómo asignemos responsabilidad moral a sus autores, los hechos del pasado pueden ser moralmente objetables. Que no todos los que participaron en (o contribuyeron a) la quema de brujas puedan ser considerados totalmente responsables de la injusticia no quita que la quema de brujas fuera injusta o inmoral —en el sentido de que había razones morales de peso para no llevarla a cabo, independientemente de que sus autores las comprendieran o no. Supongamos, por ejemplo, que, dadas su posición y circunstancias, muchos de quienes participaron en la conquista de América no podían, de manera realista, haber adoptado las creencias morales necesarias para condenar los medios en ella empleados. Esto nos permitiría matizar la dureza con la que les condenamos como individuos (resultaría, en esencia, más difícil sostener que se movían por un afán de maldad), pero no concluir que sus acciones estaban justificadas, o inmunizadas frente a la crítica moral de la posteridad —pues seguían existiendo razones morales poderosas en contra.

Esta discusión, obviamente, deja varios interrogantes sin resolver. Por ejemplo, no aclara a partir de qué momento (o en qué circunstancias concretas) podemos decir que alguien podía debería haber sabido que algo como la esclavitud es moralmente objetable. Pero algo sí queda claro: la idea de que el pasado no puede juzgarse a los ojos del presente es altamente ambigua. En un sentido literal, conduce a conclusiones de difícil aceptación. En un sentido más débil, es probable que haya algo interesante detrás de la idea (aunque, por supuesto, es una pregunta abierta si lo que queda es suficiente para justificar algunas de las tesis que en nombre de la resistencia a juzgar el pasado desde el presente acostumbran a defenderse).


Imagen: Kevin Olson / @kev01218

[i] https://www.youtube.com/watch?v=AN3TQFREWUA&t=81s.

[ii] «Idéntico» aquí quiere decir «idéntico en todos los sentidos excepto en la distancia temporal».

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Pablo Rodrigo Motos

Soy Pablo Rodrigo, autor de la comunidad epoje.es. He estado trabajando en el mundo del tarot durante casi 14 años, y quiero compartir todo lo que he aprendido con los demás.

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