Esparta valor disciplina y austeridad
El estado espartano representaba el arquetipo griego de comunidad correcta y disciplinaria, ya que desde sus orígenes encaminaba la vida de sus ciudadanos -desde el momento de su nacimiento hasta su muerte- en la inculcación de tres valores fundamentales: valor, disciplina y austeridad. Tan es así que Esparta fue la única de las Polis que supo imponerse al levantamiento de los tiranos y permanecer a cargo de un gobierno militar que se regía por unas leyes y tradiciones ancestrales. Sin embargo, los espartanos parecieron quedar atrapados en el tiempo, y lo que en un periodo corto supuso un triunfo, a la larga entorpeció gravemente su economía, sociedad y cultura, de manera que culminó con la decadencia de una de las sociedades más célebres de toda la antigua Grecia.
La época arcaica para los espartanos, como ocurrió con las demás ciudades, estuvo marcada por distintas crisis sociales, económicas y demográficas. Esparta encontró la solución a sus diversas crisis de una manera distinta a la de las demás Polis. La colonización de las tierras de Mesenia mediante las denominadas “Guerras Mesenias”, dos de los episodios más distinguidos de la historia militar espartana de esta primera etapa. La primera de las guerras mesenias tuvo lugar por la intromisión de los espartanos en esta región, acción que fue repudiada por sus autóctonos. Finalmente, los espartanos se alzaron con la victoria y los vencidos pasaron a ser sus siervos («hilotas»); otros habitantes con mejor suerte pudieron expatriarse a Polis como Argos, Sicion, Regio o Eléusis.
El triunfo en Mesenia supuso un punto de inflexión en la historia espartana, y el inicio de su apogeo. No solo la documentación escrita se hace eco de este momento, también las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz objetos y elementos que proceden de poblaciones foráneas, lo que nos habla de una total integración de Esparta en el campo cultural y comercial. Así, Esparta mantenía relaciones mercantiles con otras grandes ciudades como Samos, Olimpia, Cirene, Atenas, Creta y Chipre, pues sus culturas se influían y compartían espacios en las competiciones de juegos. Esparta fue un lugar de acogida para artistas de toda índole, pero tuvieron un papel destacado los poetas y músicos de la talla de Alcman y Tirteo. Las artes arquitectónicas tuvieron su mayor exponente en la construcción del santuario de Artemis Orthia, pero sin lugar a duda las artes menores como la orfebrería y la cerámica serían las de mayor estimación, especializándose en la realización de vasos de ambas técnicas, sobre los que destacamos el conocido como “Vaso del rey Arcesilao”.
La segunda guerra mesenia surgió con la sublevación de los propios mesenios. Estos fueron apoyados en su sedición por otras ciudades de acogida como Argos, y en especial, por las Polis del norte del Peloponeso que, no obstante, no luchaban por solidaridad con los mesenios sino en contra de una posible superpotencia. Con todo, la estrategia seguida por los rebeldes los llevo a una gran derrota a Hísias por parte del rey de Argos, Fidón. Con motivo de la derrota los espartanos se vieron obligados a modificar sus estructuras de poder. La moraleja que extrajeron los espartanos fue bastante importante: se dieron cuenta de que por el momento debían renunciar a una expansión territorial, y centrarse en la protección de sus territorios. Para ello tomaron medidas legislativas que le permitieron anclar más el poder militar al gobierno, convirtiendo así la defensa y la educación militar en su razón de ser. Por último, y en el plano de la política exterior, se potenciaron las actividades que contrarrestaran el poder de las demás ciudades del Peloponeso, pues debían evitar la unión de todas ellas.
Licurgo fue uno de los personajes más sobresalientes de la historia, pero también de la leyenda de Esparta. Fue un protagonista un tanto fantasmagórico, pues apenas se han conservado documentos o evidencias que nos hablen de su realidad histórica. Así, no es extraño que Plutarco lo presente como: “Respecto de Licurgo, el legislador, nada puede decirse que no sea discutido” (Plutarco, Vida de Licurgo, 1. 1). Las leyendas que encierra su nombre cuentan que fue Licurgo el Legislador el responsable de la Constitución espartana, pues hizo prometer a estos que la custodiarían hasta su vuelta, pero nunca volvió, pues prefirió dejar su legado en manos de los espartanos. Licurgo ha sido entendido por la historiografía antigua como un sabio mítico, un primer legislador fruto de la fantasía que, convertido en leyenda, se concibe histórico.
La Constitución espartana, o como era conocida en la antigüedad, la «Gran Rhetra» fue atribuida, por la tradición legendaria, a Licurgo; pero otros autores como Píndaro o Helánico atribuirán su autoría a reyes posteriores. Otros autores como Heródoto, Tirteo y Tucídides, identifican la Constitución espartana con la redactada y modificada en el año 670 a. C tras la derrota en la segunda guerra mesenia. De un modo u otro se encuentra unanimidad al admitir que la Constitución espartana se configuro a través de la « Gran Rhetra », escrita como si de augurios de oráculos se tratara, por, lo que su interpretación era bastante ambigua. Según recoge Plutarco en su obra Vida de Licurgo, la Constitución espartana se apoya en tres pilares básicos: la administración política, la estructuración socioeconómica, y en último lugar, la base más importante, la educación.
El estado espartano estaba estructurado a través de una diarquía o gobierno de dos soberanos, una antigua tradición que hundía sus raíces en las dos grandes familias espartanas: Europóntidas y Agiadas. Según cuenta Heródoto, ambos monarcas tenían equidad de poder y funciones, además de dirigir las funciones religiosas, pues eran considerados descendientes directos de Cástor y Pólux, y, como tales, eran los únicos que podrían llevar a cabo los honores y sacrificios para los dioses. En sus cuatro manos también estaba depositada la responsabilidad militar; su misión era la de proteger y defender a sus súbditos. Pero sus privilegios iban más allá: tenían derecho a ejercer como legisladores y jueces en los conflictos sociales, formaban parte de la Gerusía hasta su muerte, y además eran los encargados de nombrar embajadores para los contactos exteriores.
Otra de las instituciones políticas más destacadas es la «Apella». Esta asamblea popular estaba compuesta por los hombres mayores de treinta años con derechos, dirigida por los éforos y convocada una vez al mes. Esta asamblea recogía grandes aportaciones, pues en ella se decidían las propuestas sobre la política exterior. Además, la asamblea popular estaba capacitada para nombrar tras su elección a los éforos, a los Generales del ejército, y a los Gerontes, quienes ejercían su voto sobre las nuevas leyes.
La «Gerusía» o consejo, formaba parte del organismo administrativo central junto con los éforos y los dos monarcas, pues de ellos dependía el poder judicial, legislativo y penal. Este consejo estaba compuesto por un numero de veintiocho hombres de pleno derecho y los dos reyes, es decir, estaba compuesto por treinta miembros vitalicios. Los requisitos para su elección eran simples, pues debían cumplir la edad establecida y no ostentar ningún cargo militar vigente, además los «gerontes» eran seleccionados por su autoridad dentro de la comunidad y por ser hombres respetables y admirados.
Para completar la cúpula del poder administrativo civil se creó el «Eforado». Sus funciones estaban limitadas a inspeccionar el trabajo realizado por el estado, compuesto por cinco magistrados elegidos cada año por la apella. El origen de esta institución ha sido muy rebatido por los historiadores, pues son pocas las fuentes que describen al Eforado y sus funciones, pero apoyados en Aristóteles y Plutarco, los historiadores han llegado a establecer que lo siguiente. Originariamente pudieron ser los sacerdotes de las primitivas tribus dorias, también se les señala como los hombres preparados para sustituir al rey en su ausencia, podrían ser el consejo más cercano a su palabra; otra hipótesis hunde las raíces en los dirigentes de los cinco «obai», que tras el periodo de decadencia ampliaron sus cargos y poderes.
La piedra angular del estado espartano era el ejército. En un primer momento pudo estar compuesto por los miembros de las tres tribus tradicionales: Panfilos, Hileos y Dimanos; posteriormente sufriría la primera reforma para comprender una división de cinco componentes, que se pudieron corresponder con los cinco obai. Tras la derrota en las Guerras mesenias, el ejército necesitó de una nueva estructuración que tuvo como primacía su reforzamiento, para lo que se establecieron tres reglas fundamentales: el aprendizaje en la edad temprana, la disciplina del soldado y el dominio de las técnicas de combate basado en el sistema de la «falange hoplita». Con estas medidas se consiguió crear un espíritu de hermanamiento cuyo ideal fue el de trato de iguales o «Homoioi», y junto con la disciplina, el orden y el perfeccionamiento constante se dio vida al ejército más victorioso y temido del universo griego.
La sociedad espartana estaba dividida en tres clases sociales primarias: los «espartiatas», los «periecos» y los «hilotas». Esta división estaba basada en las diferentes funciones y aportaciones por parte de cada individuo al estado. En la cúspide social se encontraban los «espartiatas»: los ciudadanos con derechos completos pertenecientes a las familias nobles. Para ser un espartiata debían cumplirse unos requisitos determinados: ambos progenitores debían ser espartanos de nacimiento, debían estar inscritos en una «sissitías» y vivir en comunidad con sus compañeros, además de mostrarse siempre disciplinados y sometidos al deber del estado. Como ciudadanos espartanos de pleno derecho se debían a unas obligaciones: por un lado, debían casarse y tener descendencia espartana, y por otro ser capaces de administrar -más no cultivar activamente- sus tierras como terratenientes, a la vez que estar siempre preparados para entrar en combate, por la defensa de Esparta.
Debajo de los plenos ciudadanos en la pirámide social se encuentran los «periecos» y las clases intermedias. Se trataba de, campesinos autónomos y tenían libertad para dedicarse a los trabajos de taller y al comercio interior y exterior, por lo que de ellos dependía fundamentalmente la economía del Estado. Al no ser considerados como ciudadanos espartanos, los periecos carecían de derechos civiles, aunque eran asumidos dentro de la comunidad del estado de Esparta, pues se les permitía participar en las festividades y juegos. Esa condición les suponía su exclusión en las tareas de administración política del estado, pues no podían formar parte de ninguna de sus instituciones. Como parte importante de la comunidad tenían que cumplir con una serie de obligaciones, pues eran el grueso de su sociedad, y como tal ejercían las labores de ayuda del trabajo de las tierras de labranza, actuaban como apoyo militar cuando se les requería y como expertos comerciantes también integraban el cuerpo militar de la marina.
El último escalafón social estaba integrado por los denominados «hilotas». Como se ha comentado anteriormente, eran los siervos de los ciudadanos espartanos cuya finalidad era salvaguardar la agricultura. No deben ser confundidos con los esclavos, pues los hilotas recibían un salario en especie por su actividad. Esta clase social era psuedo libre, pues no podrían abandonar su actividad agraria pero tampoco eran propiedad de los espartiatas. Del mismo modo que ocurría con los periecos, los hilotas eran muchas veces requeridos por el ejército terrestre como infantería, y como remeros para la armada. Podían conseguir su libertad, y solo entonces pasaban a formar parte del conjunto de la comunidad, aunque no recibían ningún tipo de derechos. A partir de ese momento se les conocía con el nombre de «neodamodes».
Las creencias religiosas de las comunidades espartanas estaban ligadas, como todos los aspectos de sus vidas, a la actividad militar; sus celebraciones y rituales se incorporaban desde temprano a la educación de los jóvenes espartanos. Las fuentes documentales describen cómo se ocasionaban y quiénes eran los dioses que recibían honores en Esparta. Sobre todas las deidades destaca la divinidad de Artemis Orthia, pues fue considerada la protectora de este pueblo. Sus representaciones artísticas se advierten en los numerosos exvotos y estatuaria hallada en los santuarios, aparecía en ellos ataviada con el arco y acompañada de leones, pues era la diosa de la caza, la naturaleza y la vida salvaje, aunque también se la identificaba con la diosa que provee la buena educación de los infantes. Las festividades en su nombre estaban cargadas de símbolos que definían la vida en Esparta, pues consistía en las celebraciones de competiciones, luchas, carreras, pero igualmente se celebraban certámenes de música, poesía y danza. También recibió un profundo culto el mellizo de ésta, Apolo, pues como dios oracular de Delfos estuvo estrechamente ligado a los espartanos. Otros dioses recibían ofrendas y honores en sus propios santuarios como Jacinto, Zeus Silanio y Atenea Silania, pero la admiración se desató profundamente por el héroe mítico Heracles, pues no se puede obviar la legendaria genealogía de los Heráclidas.
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