G.W Moore: la falacia naturalista y la pregunta abierta

El origen moderno de la metaética suele situarse en 1903, con la publicación de Principia Ethica por parte del inglés G.W Moore (1873-1958), uno de los padres fundadores de la filosofía analíticaEn esta entrada nos centraremos en las ideas expuestas en su primer capítulo, uno de los textos más influyentes y discutidos de la primera mitad del s.XX.

En términos generales podemos catalogar el posicionamiento de Moore como cognitivista –los juicios morales expresan creencias sobre estados de cosas, por lo que pueden ser ciertos o falsos- y realista –existen propiedades morales a la que las proposiciones éticas hacen referencia. En particular, Moore sostendrá que determinados objetos o sucesos son intrínsecamente valiosos porque poseen de manera objetiva -independiente de la mente humana- la cualidad de la bondad. Que algo sea moralmente positivo es, para Moore, sinónimo de que tenga esa cualidad.

Ahora bien, la bondad -dice Moore- es una propiedad muy particular: es simple, inanalizable e irreductible a cualquier otra, es decir, no puede ser descompuesta conceptualmente como consistente en otras propiedades más básicas. De este modo, su conocimiento solamente nos será posible vía intuición, al modo en que aprehendemos cualquier otra verdad o propiedad elemental. Un ejemplo de una propiedad tal podría ser la rojez: solo quien la capte por sí mismo sabrá realmente en qué consiste. Ninguna explicación por buena que sea será capaz de familiarizar al ciego con ella ni tampoco podrá transmitirle realmente su esencia.

Más concretamente, el filósofo sostendrá que la bondad como cualidad no puede identificarse con ninguna otra entidad natural[1], como podría ser el placer, los objetos de nuestro deseo o aquello más evolucionado, tal y como postulaban respectivamente Bentham, Hobbes y Spencer. De acuerdo con el inglés puede que esas entidades naturales sean buenas, pero una y otra no se identificarán, a la manera en que no se identifica la rojez con los tomates por mucho que algunos tomates sean rojos. Quienes pretendan lo contrario y confunda ambas entidades incurrirán en la “falacia naturalista”[2].

El argumento que Moore usó para intentar mostrar esta posición es conocido como “Argumento de la Pregunta Abierta” (Open Question Argument) y dice así:

Premisa 1: Podemos distinguir dos clases de preguntas, las abiertas y las cerradas. Llamamos cerradas a todas aquellas preguntas cuya respuesta sería evidente para cualquier persona que entendiera los términos de la misma. Un ejemplo de pregunta cerrada sería: “¿Los solteros están casados?” Decimos que es cerrada porque no existe discusión posible: del análisis del sujeto se deriva la verdad del predicado. Quien pretendiera negarlo incurriría en una contradicción evidente. En cambio, llamamos abierta a todas aquellas preguntas cuya solución no se esconde en los propios términos y que sí tiene sentido plantear. Serían preguntas abiertas interrogantes tales como “¿la vida tiene sentido?”, “¿se come bien en el Bar Manolo?”, “¿los lagartos son mamíferos?” etc.

Premisa 2: La expresión “¿La bondad es [cualquier propiedad natural]?” es una pregunta abierta. Cualquiera que sea la propiedad con la que pretendamos identificar analíticamente a “la bondad” no conseguiremos cerrar la pregunta anterior. En efecto, si –por ejemplo- lo bueno fuera el placer, entonces el juicio “lo bueno es lo placentero” sería idéntico a “lo placentero es lo placentero”. No es el caso.

Premisa 2*: Dicho de otro modo, si A es idéntico a B entonces un juicio de identidad del tipo “A=B” siempre nos resultaría trivial y no informativo. En cambio, un juicio del tipo “La bondad = [cualquier propiedad natural]” siempre sería informativo (en el caso de ser cierto).

Premisa 3: Si cualquier pregunta del tipo «la bondad es [cualquier propiedad natural]» es una pregunta abierta, entonces significa que la bondad no puede identificarse con una propiedad natural.

ConclusiónLa bondad no es una propiedad natural. Luego es un error “identifying the simple notion which we mean by ‘good’ with some other notion” (Moore 1903a, 58). Razonan falazmente aquellos que no “distinguish clearly that unique and indefinable quality which we mean by good” (Moore 1903a, 59).

Una conclusión de la que, según Moore, se derivaría la tesis conocida como “autonomía de la moralidad” de acuerdo con la cual los juicios morales serían afirmaciones particulares en ningún modo derivables de hechos empíricos. Qué sea bueno –qué cosas posean la propiedad de la bondad- es algo indemostrable y no descubrible por los sentidos.

Como decíamos, las ideas de Moore han sido muy influyentes y discutidas, lo que, además de admiración y respeto, le granjeó diversas críticas. Las tres más destacables, quizás incluso las más definitivas, serían las siguientes:

En primer lugar, cabría poner en duda la Premisa 2 o, en todo caso, tachar el argumento de circular. Y es que, cómo podemos saber que para cualquier propiedad X la pregunta “¿La bondad es X?” será abierta. Es cierto que, aparentemente, los candidatos más habituales a este respecto –el placer, ser objeto de deseo, ser mandado por Dios- no consiguen cerrar la pregunta. Pero, ¿acaso eso nos justifica para afirmar que cualquier propiedad sería incapaz de cerrar la pregunta? Lo cierto es que eso es algo que solo podríamos afirmar si, efectivamente, asumiéramos implícitamente la postura que pretende defender Moore, a saber: que lo bueno es una propiedad simple e irreducible a cualquier otra.

En segundo lugar, también es bastante dudoso que, como asume Moore, los juicios de identidad ciertos no puedan aportarnos información relevante. Por ejemplo, pensemos en el famoso teorema de Pitágoras que, como tantos otros conocimientos matemáticos, consiste en un juicio de identidad claramente instructivo. En efecto, descubrir que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los catetos al cuadrado no es poca cosa. Similarmente, e imaginando que viviéramos en Metrópolis, el juicio de identidad “Clark Kent es Superman” es claramente informativo. Prueba de ello es que cuando Lois Lane descubre que su tímido compañero de redacción es, en el fondo, el hombre de acero, la sorpresa es mayúscula. Luego, es evidente que los juicios de identidad ciertos del tipo “A=B” pueden ser informativos por lo que, contra Moore, que un juicio del tipo “lo bueno es X” fuera informativo no prueba que X no sea idéntico a la bondad. Es decir, que haya identidades irrelevantes como “todos los solteros son no-casados” no conlleva que cualquier juicio de identidad verdadero sea también informativamente irrelevante.

En tercer lugar, y en un sentido similar, ha sido muy discutida la objeción de las llamadas necesidades a posteriori a las que la diferencia entre el sentido y la referencia de las palabras puede dar lugar. ¿Qué significa esto exactamente? El ejemplo anterior lo ilustra con claridad. Aun cuando los términos ‘Superman’ y ‘Clark Kent’ se refieran al mismo objeto, el modo en que lo hacen es distinto. De lo contrario no tendría sentido que Lois preguntara: “¿Oye Clark, viste ayer por las noticias el modo en qué Superman apresó a esos malhechores?”. Y es que si bien en ambos momentos los términos ‘Clark’ y ‘Superman’ están refiriéndose a la misma entidad-al último hijo de Kripton-, es evidente que lo que Lois «tiene en la cabeza» al pronunciarlos es bien distinto.

Así las cosas, la objeción sería evidente: si “¿Clark Kent es Superman?” sería una pregunta abierta aun cuando se trate de un juicio de identidad cierto, entonces no es cierto que las preguntas abiertas no puedan versar sobre juicios de identidad ciertos. De este modo, que “La bondad = [cualquier propiedad natural]” sea una pregunta abierta no parece demostrar que la bondad sea una propiedad simple e irreducible a cualquier otra propiedad natural pues bien podría suceder que ‘la bondad’ y ‘[cualquier propiedad natural]’ compartieran referencia pero no sentido.


[1] No está del todo claro qué entendía Moore por ‘natural’. De acuerdo con Warnock (1960, 15) es ‘natural’ todo aquello que puede ser objeto de las ciencias empíricas, es decir que, directa o indirectamente, sería discernible por los sentidos. Naturalmente esta concepción genera toda una serie de dificultades epistemológicas para el no-naturalista nada desdeñables.

[2] En rigor la falacia consiste en intentar definir -sin más- el concepto ‘bueno’, incluso cuando la definición apele a conceptos no naturales. Moore llama a esta falacia ‘naturalista’ simplemente porque la definición en términos naturales es más habitual. Ahora bien, de acuerdo con Moore, decir “lo bondad es aquello que Dios desea” también sería una forma de falacia naturalista aun cuando la propiedad “ser deseado por Dios” no sea natural.

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Pablo Rodrigo Motos

Soy Pablo Rodrigo, autor de la comunidad epoje.es. He estado trabajando en el mundo del tarot durante casi 14 años, y quiero compartir todo lo que he aprendido con los demás.

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