Introducción a la sociología ii: La-ilustración

El siglo XVIII es testigo de la Revolución americana y francesa, producto de una crisis de mentalidad iniciada con la filosofía moderna y la revolución científica, que propicio un auge de la secularización, mayor tolerancia y el aburguesamiento de varias capas de la sociedad. La nueva actitud resultante consiste en una veneración de las capacidades morales e intelectuales del ser humano, capaz de elevarse por encima de la tradición y el prejuicio. La idea central de la Ilustración será que el progreso histórico es posible si la humanidad se adhiere a los principios de la razón. Y es que si era posible descubrir las leyes que regían el mundo físico, también era posible descubrir las leyes propias del mundo social, con las que contribuir a la creación de un mundo más próspero y justo.

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Para el desarrollo de la sociología, los pensadores clave asociados con la Ilustración son los filósofos CharlesLouis de Secondat, barón de Montesquieu (1689- 1755) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778). De hecho, hay quien atribuye al primero de ellos el origen del método sociológico. Según tal criterio, el enfoque sociológico de Montesquieu aparecería por primera vez en sus Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y de su decadencia, donde afirma que, aunque la historia pueda parecer caótica y producto del azar, es resultado de unas leyes que es posible desentrañar. Esta convicción contrastaría con la idea de la divinidad como causa final de la sociedad, y supondría también una ruptura con el pensamiento social hobbesiano, que argumentaba que el movimiento histórico era consecuencia de la voluntad de los hombres, y por tanto del todo impredecible. Otra de las atribuciones que pueden hacerse al filósofo ilustrado y de la que hoy beben las ciencias sociales, es de la invención de los tipos ideales (que Max Weber perfeccionaría más adelante). De este modo, Montesquieu consideraba que la mente humana puede organizar la multiplicidad de costumbres, rasgos y fenómenos socialesen una serie limitada de tipos o formas de organización social, y que, si se establece una tipología adecuada y exhaustiva, los casos particulares se ajustaran a ella, haciendo tan inteligible el universo humano como el natural. (Giner, 1987: 324). Ahora bien, tal y como Weber daría cuenta más adelante, las tipologías deben tener en cuenta que las instituciones sociales son cambiantes y adquieren una serie de matices que rebasan el tipo ideal; de lo contrario puede uno incurrir en el reduccionismo sociológico que supone deformar el mundo a fuerza de simplificarlo para facilitar su estudio.

En consecuencia, con Montesquieu surgirá la idea de que no es posible ni deseable realizar una teoría política sin una teoría social previa. El filósofo francés relativiza la importancia del derecho natural en la creación de las leyes, y argumenta que estas son más bien consecuencia de las múltiples interrelaciones de los fenómenos físicos y sociales. Si bien cree en una razón común a todos los hombres, dará una notable importancia a factores como el clima, las creencias y las instituciones sociales, factores que pueden inferir modificaciones en la ley que se pretende promulgar. La idea que subyace es que la naturaleza humana no es estática, y sus variaciones están en relación con el medio social en el que se enmarca (lo que los sociólogos denominan cultura y estructura social). De ahí que analice cada régimen político como correspondiente a una sociedad determinada. Montesquieu se mostrará así escéptico en lo referente a la posibilidad de crear un mundo jurídico justo, criticando por una parte el carácter teológico del iusnaturalismo y por la otra, el determinismo ciego de ciertas escuelas ilustradas. Así pues, abogará por una doctrina basada en la división de poderes en la cual tendrían cabida desde una república aristocrática hasta una democracia popular, siendo su fuente de preocupación la forma en que tal gobierno debiera organizarse para garantizar la libertad. Ahora bien, esta libertad, para ser considerada como tal, requería de existencia de divisiones sociales. Es decir, Montesquieu entendía las diferencias sociales no sólo como inevitables, sino como necesarias, ya que la ausencia total de tensiones implica la ausencia de libertad, porque no hay diálogo ni discusión posible.

De este modo, Montesquieu imagina el poder repartido por todo el entramado social, de ahí que su crítica a la moral se base en la virtud del pueblo como garantía para que la organización social no se deteriore y derive en penurias y dominación de unos sobre los otros. En sus Cartas Persas, expresará la idea de que la libertad y el orden social no pueden depender de las instituciones políticas. La libertad es una carga, y el individuo debe hacerse cargo de ella sin someterse al egoísmo y al hedonismo.

Si Montesquieu tiene escasa fe en la perfectibilidad humana y la idea del progreso dominante en la época no tiene cabida en su obra negando en rotundo el optimismo racionalista con respecto a la historia de la civilización, Rousseau dará un paso más lejos, y en el Discurso sobre las ciencias distingue acerca de dos tipos de progreso. Por un lado, el progreso técnico y material, y por el otro, el moral y cultural, que en su opinión se encontraría claramente desfasado con respecto al primero. (Cuestión que aun a día de hoy continúa planteándose en los debates acerca del medioambiente, por ejemplo). De este modo, Rousseau critica el espíritu frío y racionalista de los enciclopedistas, una reacción que a pesar de ser emocional no debe entenderse como irracional. El ginebrino reivindicaba el poder especulativo del ser humano, pero lo hacía poniendo especial énfasis en el componente voluntarista de la acción humana, y no en esquemas racionalistas y abstractos. El voluntarismo rousseauniano descansa en la idea de que el ser humano podría ser potencialmente racional, pero su desarrollo se debe sólo a la sociedad. Son las normas sociales las que determinan no sólo el progreso mental y técnico, sino la propia moralidad. La naturaleza del hombre depende de la sociedad y no al contrario, puesto que este, en un estado de naturaleza, es principalmente amoral, ni bueno, ni malo propiamente dicho. (Giner, 1987: 341). De ahí el énfasis que el filósofo pone en materia de educación, argumentando que la entonces existente no había hecho si no corromper al ser humano.

La idea de que la sociedad transforma radicalmente a los hombres estará presente en toda la literatura de socialistas y sindicalistas de varias épocas, pero es interesante constatar que Rousseau no se enmarcaría en la tradición abolicionista. Para él las primeras fases en las que se desarrolló la sociedad marcaron un proceso de no retorno, y la aparición de la desigualdad que surgió a raíz de la propiedad privada y la acumulación de riqueza era irreversible. Por lo tanto, lo único que puede hacerse dadas las circunstancias, es tratar de mejorar tal situación mediante el establecimiento de una organización política mejor. Y es que al atribuir Rousseau la corrupción del ser humano a la sociedad estaría abriendo la senda para una crítica al liberalismo económico. Se posicionaba en contra de la consideración de que el egoísmo era el motor principal de los individuos, que actuaban únicamente para maximizar sus beneficios. Si bien Rousseau reconoce la existencia de tal pulsión egoísta, otorga una mayor importancia al amor de si mismo junto al que coloca el sentimiento de piedad hacia los demás, convirtiendo a la capacidad de empatía y simpatía en el punto central de su filosofía.

La crítica rousseauniana a la frialdad del espíritu ilustrado está presente también en la crítica conservadora anti-ilustrada, marcada por un claro sentimiento antimodernista que supuso una inversión del liberalismo de la Ilustración. La forma más extrema fue la filosofía contrarrevolucionaria católica francesa representada por Louis de Bonald (1754-1840) y Joseph de Maistre (1753-1821), quienes van a proclamar un retorno a la paz y la armonía que supuestamente reinaba en la Edad Media, achacando el desorden social reinante a los cambios revolucionarios y asignando un valor positivo a los aspectos que la Ilustración consideró como irracionales. Así pues, la tradición, la imaginación, la emoción o la religión serian aspectos necesarios para la vida social, y fundamentales para el orden social que tanto la Revolución francesa como la Revolución Industrial habrían destruido. Esta premisa pasaría a ser una de las temáticas centrales de los primeros teóricos de la sociología, y proporcionarían las bases para el desarrollo de la teoría sociológica clásica. La sociedad comenzará a ser considerada como algo más que la suma de los individuos, regida por sus propias leyes y cuyos componentes respondían al criterio de utilidad. La sociedad creaba a los individuos mediante el proceso de socialización, por lo que era esta y no los individuos, la unidad de análisis más importante, y se componía de funciones, posiciones, relaciones, estructuras e instituciones que no era posible modificar sin desestabilizar todo el sistema en su conjunto. Reconoceremos aquí los elementos edificantes de lo que se dio a conocer como funcionalismo estructural, cuya concepción del cambio social es altamente conservadora.

El cientifismo heredado del Siglo de las luces, así como la necesidad de dar cuenta de las nuevas problemáticas surgidas a raíz del mundo moderno, privilegiaran el estudio de las agrupaciones humanas, planteando si era o no posible el estudio objetivo de la especie humana. Así pues, aunque es posible remontarnos hasta Aristóteles para constatar indicios de pensamiento sociológico, puede aceptarse que el nacimiento de esta disciplina tiene lugar cuando una serie de autores propusieron el estudio sistemático y empírico de la realidad social, entre los que podríamos destacar a Montesquieu, Saint-Simon, Proudhon, Stuart Mill, VonStein, Comte o Marx (Giner, 1987: 587). La gestación de la ciencia sociológica no estuvo exenta de problemas, tantas veces catalogada no sólo de acientífica sino de anticientífica. Ello se debe a los grados de certeza con los cuales es posible analizar tan complejo objeto de estudio. Ahora bien, sin duda, gracias a la obra de todos aquellos sociólogos que dedicaron sus esfuerzos a poner de manifiesto la dimensión social de la nuestra condición humana, podemos afirmar con rotundidad que hoy en día poseemos un mayor conocimiento tanto de nosotros mismos como del entorno en el que nos encontramos naturalmente inmersos, posibilitando con ello la constitución quizás algún día, de una organización social ideal más justa.

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Pablo Rodrigo Motos

Soy Pablo Rodrigo, autor de la comunidad epoje.es. He estado trabajando en el mundo del tarot durante casi 14 años, y quiero compartir todo lo que he aprendido con los demás.

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