Introducción a la sociología (IV): Herbert Spencer y la supervivencia del más apto

Suele atribuirse a Darwin la expresión de “la supervivencia del más apto”, sin embargo, fue Herbert Spencer quien la acuñó para dar cuenta de su teoría omnicomprensiva de la evolución. Con ella pretendía reaccionar contra las explicaciones teológicas del mundo y elaborar una teoría alternativa de la evolución del cosmos y de la sociedad. En la Gran Bretaña del siglo XIX se dejaba sentir una poderosa influencia de la senda organicista abierta por Comte y del darwinismo social, con la comprensión de la evolución como un proceso de lucha por la vida, selección natural y supervivencia de los mejor dotados. La noción malthusiana de la lucha por la existencia de los diversos grupos humanos caló hondo en Charles Darwin, quien tras leer su Tratado sobre la población en 1838 enunció que algo similar debía ocurrir en el reino animal. (Ello demuestra que, a veces, es la ciencia social la que puede inspirar a las ciencias naturales, y no sólo, al contrario, como venía ocurriendo).

Spencer reivindicó en varias ocasiones que su teoría de la evolución no le debía nada a Sobre el origen de las especies, que se publicará ocho años después que su Estática social (1851), aunque reconoció haber reformulado ciertos postulados en sus obras posteriores debido a la influencia del biólogo británico. Si Darwin constató que, en circunstancias de lucha, tenderían a sobrevivir los individuos más fuertes o preparados para ellas y perecerían todos los demás, Spencer fue un paso más allá. Afirmó que la supervivencia del más apto no sólo es un hecho constatando por la biología y concerniente al reino animal, sino que era moralmente necesario y, por ende, extensible a los reinos de la sociología y la ética. Ello se debe a que pensaba que el mal que reinaba en las sociedades era producto de una inadaptación a las condiciones externas, y que, por tanto, se debía dejar que la evolución siguiera su curso sin intervención de ningún tipo para que los excesos y los defectos se extinguiesen por un proceso natural. A priori, tales convicciones parecerían un intento de incrustar sus teorías en el liberalismo reinante en su época, tratando de conjugar una libertad individual sin trabas en el marco de una determinación biológica de comportamiento en función de la especie, lo que le hizo valedor de duras críticas de sus contemporáneos por dejar que sus ideas políticas influyeran en su obra y por las connotaciones que las mismas implicaban a la hora de analizar la pobreza y la exclusión social.

Por otra parte, la tendencia británica hacia el individualismo metodológico desembocó en que muchos sociólogos y economistas pecasen a menudo de un empirismo exacerbado carente de suficiente base teórica, además de obviar el modo en que los procesos del sistema político y económico interferían en la vida social. Ello separó a Spencer de la sociología organicista comtiana, siendo relevante la ausencia en su obra de un análisis propicio de cómo las estructuras que iba deduciendo de una mera agregación y composición de individuos afectaban al comportamiento de los mismos.

En sus Primeros Principios, (1862) Spencer formula una ley basada en tres proposiciones que pretenden ser universalmente válidas para la naturaleza: la persistencia de la fuerza, la indestructibilidad de la materia, y la continuidad del movimiento. De ellos Spencer afirma lo siguiente: “La evolución es una integración de la materia y una disipación concomitante del movimiento durante los cuales la materia pasa de una homogeneidad relativamente indefinida e incoherente a una heterogeneidad relativamente coherente, mientras que el movimiento retenido sufre una transformación paralela” (Giner, 1987: 598).

Es decir, que la evolución se caracteriza por una integración creciente, heterogeneidad y definición, elementos que Spencer relaciona con dos conceptos que pasarán a ser esenciales para toda la teoría sociológica posterior: estructura y función. Así pues, las sociedades habrían transitado desde una homogeneidad incoherente e indefinida, a una heterogeneidad coherente cuyos rasgos característicos serían una alta complejidad y organización. Para elaborar estos postulados, el sociólogo se vale del símil organicista: de la misma manera que los organismos se vuelven más complejos y sus funciones crecen al aumentar de tamaño, la sociedad, al integrar cada vez a más miembros, se acompaña de un crecimiento estructural y de una especialización funcional diferenciada, donde las partes se encuentran interconectadas formando literalmente un organismo vivo e independiente.

Spencer define una estructura como una organización que deriva del aumento de tamaño de una masa homogénea. Las primeras estructuras de la sociedad habrían sido derivadas de la emergencia de una o varias personas que ejercen autoridad, y a medida que la sociedad va evolucionando, esas estructuras van sufriendo un proceso de diferenciación, comenzando por la división del trabajo por sexos, las clases sociales, etc. Esta creciente diferenciación estructural se acompañaría de una diferenciación funcional, entendiendo por función una necesidad satisfecha por una estructura. Mientras que en las sociedades primitivas las diversas partes de la sociedad podían desempeñar diversas funciones, es decir, los hombres podían ocuparse de los niños y las mujeres ir a luchar, a medida que la complejidad va creciendo, cada vez es más difícil que las partes puedan cumplir funciones que no sean las correspondientes a su especialización. (De este proceso dará cuenta también Max Weber, con su conocido concepto de la jaula de hierro, con el que criticará que la excesiva organización burocrática que habrían alcanzado las sociedades capitalistas producía precisamente el efecto contrario al proclamado por Spencer, es decir, una pérdida de la individualidad y la autonomía en aras del control y la eficiencia de sistemas altamente especializados y racionales.)

Spencer, valiéndose de un arduo trabajo de recopilación de datos, elaboró una clasificación de las sociedades en función de su grado de composición, diferenciando en un primer momento entre sociedades simples, compuestas, doblemente compuestas y triplemente compuestas, y estableciendo posteriormente un sistema secundario más conocido que distinguía entre sociedades combativas, sociedades industriales y las posibilidades de hibridación entre ambas.

En base a ello, la sociedad habría comenzado con una serie de tribus y hordas no organizada que se hallaban en constante lucha. Ello hizo que fueran desarrollándose en torno a las necesidades bélicas, alcanzando progresivamente diversos grados de complejidad, aumentando sus estructuras militares y administrativas, y conformando una organización autoritaria. A medida que las sociedades van asentándose y atravesando ciertos grados de pacificación, van emergiendo también necesidades no bélicas que empujan a la sociedades a la formación de nuevas instituciones para satisfacerlas, floreciendo unas sociedades donde el sistema combativo quedaba supeditado a las necesidades industriales. Aunque Spencer manifiesta oposición a las sociedades militares, afirma que son el primer paso para la evolución, puesto que desarrollan las estructuras necesarias para la futura cooperación no coactiva que supuestamente progresaría de un primer estadio donde los individuos viven por y para la colectividad, a otro donde sea la sociedad la que esté al servicio de los individuos. (En Charles Tilly encontramos una versión más sofisticada acerca de cómo se relacionan la guerra y la construcción del Estado). Si bien el Spencer reconoció la posibilidad de regresión de una sociedad industrial a una sociedad combativa, tenía la esperanza de la creación de una sociedad de naciones que mediante acuerdos impidiera un retorno al belicismo.

Desde estos presupuestos, se entiende su aversión al socialismo y a cualquier tipo de intervención estatal, puesto que ello obstaculizaría un proceso evolutivo que se considera natural. El problema emerge cuando legitima y justifica las situaciones de pobreza y enfermedad porque “se consideran como colmadas de la más alta benevolencia: el mismo tipo de benevolencia que lleva pronto a la tumba a los hijos de padres enfermos y elige como víctimas a los viles, inmoderados y débiles como lo hace una epidemia” (Spencer 1850/ 1854: 289). Perspectiva harto peligrosa en sociedades que están lejos de proporcionar oportunidades de partida equitativas para todos los individuos, y cuyo mayor peligro radica en culpabilizar a la victima de su propia situación.

El darwinismo y el organicismo social posterior a Spencer tendió a llevar a extremo esta máxima, enfatizando la naturaleza conflictiva de la sociedad, la selección natural y la lucha por la supervivencia. Sin embargo, fueron muchos los teóricos que criticaron esta perspectiva, y dedicaron sus esfuerzos a mostrar que, si bien existía la lucha por la supervivencia, también era igualmente cierto que la evolución tenía lugar gracias a la cooperación pacífica y altruista de sus individuos. La constante lucha competitiva entre los miembros de una sociedad terminaría, pues, siendo perjudicial no sólo en materia de convivencia, sino por la destrucción y apropiación de recursos económicos, sociales e intelectuales, siendo imposible una evolución entendida en términos progresistas. El francés Jaques Novicow (1849-1912) , por poner un ejemplo, dedicó su obra a criticar las premisas del darwinismo social, reivindicando que, si bien la lucha entre las sociedades humanas es universal, esta se vuelve innecesaria y es la colaboración voluntaria la que permite que prospere la vida social.

Dicho esto, y aun y las importantes dificultades que sus teorías enfrentaron, la deuda de la sociología para con Spencer es enorme. Se esforzó por sentar las bases de una sociología científica e interdisciplinar, señalando la importancia de esta disciplina a la hora de comprender el mundo contemporáneo. Como tantos otros pioneros de la sociología, Spencer reivindicó el papel de la sociología para superar los sesgos y deformaciones de la realidad que nos imponen la clase, la religión o la tradición, predicando la necesidad de que las ciencias sociales se trasformaran en el nuevo humanismo liberador de las sociedades industriales.

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Pablo Rodrigo Motos

Soy Pablo Rodrigo, autor de la comunidad epoje.es. He estado trabajando en el mundo del tarot durante casi 14 años, y quiero compartir todo lo que he aprendido con los demás.

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