La ética de la prostitución: instrucciones de uso
El debate sobre el estatus moral de la prostitución (si es una actividad deseable, permisible, etc.) es, sin duda, un terreno bastante pantanoso. Y lo es, al menos en parte, debido a lo mucho que parece estar en juego si atendemos a las expresiones que usan quienes participan en él: dignidad, dominación, opresión, libertad… No obstante, a pesar de su popularidad (y fuerza), no está nada claro que esta terminología aclare mucho el debate. No porque nunca podamos recurrir a ellas, sino porque en todo caso deberían ser la conclusión de un argumento y no su punto de partida. Si empezamos arrojándonos palabras tan pesadas, las cosas en seguida comienzan a ponerse feas: las distinciones se disipan, los matices desaparecen y todo aquel con una postura contraria a la nuestra pasa a parecernos una persona moralmente deficiente. Al fin y al cabo, ¿quién podría estar en contra de la dignidad?
En este texto trataré de ofrecer una breve (aunque no neutral) introducción a este debate, obviando en la medida que sea posible este tipo de excesos retóricos. ¿Cuál es el estatus moral de la prostitución? Esta pregunta puede parecer de una sencillez alarmante (no así su respuesta, por supuesta), pero en realidad dista mucho de ser un ejemplo de claridad. Cuando discutimos sobre el estatus moral de la prostitución podemos en realidad estar discutiendo, como mínimo, sobre lo siguiente: ¿Es la prostitución una práctica deseable? ¿Tenemos el deber de no practicar/colaborar con/contribuir a dicha práctica? ¿Debería la prostitución ser una actividad legalmente impermisible? Estas distinciones son importantes y no siempre tenidas en cuenta. Por ejemplo, supongamos que alguien sostiene que pasarse el día sentado frente al televisor no constituye un plan de vida deseable. Esto es, por supuesto, discutible, pero aceptémoslo de momento. ¿Qué se sigue? ¿Se sigue que existe un deber de no hacerlo? Pues probablemente no, al menos en un sentido fuerte de la noción de deber. Aún más, ¿se sigue que una actividad así deba estar prohibida por ley? Casi seguro que no. Incluso si hay maneras de determinar que una forma de vida, siempre y cuando se respeten los derechos de los otros, es mejor que otra, esto no implica que el Estado tenga un derecho a dirigir la vida moral de sus ciudadanos. Para ello, tendría que mostrarse que el valor de esas formas de vida (independientemente de si los individuos las aceptan o valoran) es superior al de la autonomía individual. Y aunque esto no es, desde luego, imposible, si requiere una argumentación adicional. Así pues, que X no sea deseable no implica que haya un deber de no hacer X o que X deba ser ilegal.
Pero, ¿por qué debería una actividad como la prostitución ser permisible? Un argumento bastante típico se apoya en la idea de la libertad ocupacional: cada individuo debe ser libre de elegir de qué forma se gana la vida. Esta libertad puede justificarse de varias maneras. Para los libertarios, los individuos tenemos derechos de propiedad sobre nosotros mismos, por lo que podemos hacer con ellos lo que consideremos oportuno. De acuerdo con otro popular argumento liberal, los individuos deberíamos ser capaces de determinar nuestro propio plan de vida, y para ello es fundamental que podamos elegir qué oficio queremos desempeñar, dada su repercusión sobre nuestros planes de vida. Típicamente, este argumento se enfrenta a la objeción de que el trabajo sexual raramente es voluntario. Aunque las estadísticas al respecto suelen ser enormemente controvertidas, asumamos que esto es verdad. ¿Es esto un problema especialmente grave para el defensor del argumento? Lo cierto es que no. Al fin y al cabo, este no ha afirmado en ningún momento que la prostitución deba estar permitida en todo momento y lugar, sino simplemente que, si se dan unas determinadas condiciones (la elección es genuinamente voluntaria), la prostitución debería permitirse. Frente a los casos de prostitución forzada, su respuesta sería: Por supuesto que esto no es moralmente permisible, y de hecho, esto es precisamente lo que implicaría el principio de libertad ocupacional, que establece una condición necesaria (voluntariedad/elección libre) para que un trabajo pueda considerarse permisible.
Por lo tanto, si se quiere refutar al defensor liberal de la prostitución, el argumento debe ir más allá. Probablemente la opción más natural sea la de argumentar que la prostitución no puede ser nunca una elección voluntaria. Por ejemplo, en un artículo publicado en el diario El País (firmado junto a otras seis autoras), la filósofa Amelia Valcárcel defendía algo parecido cuando afirmaba lo siguiente: «Nunca que un modo de vida sea elegido supone que ese modo de vida sea automáticamente deseable. ¿Puede, por ejemplo, un individuo libre desear ser esclavo? No podemos descartarlo […] La esclavitud fue abolida y cuando esto sucedió muchos esclavos lloraron. No siempre consentir o incluso querer legitima lo que se hace ni a quién lo hace» [i]. Pero, en realidad, esto no muestra, sino que asume que la prostitución es intrínsecamente involuntaria. El argumento más poderoso a favor de la impermisibilidad de la esclavitud voluntaria es que, una vez iniciada, quedaría eliminada cualquier posibilidad de elección libre en el futuro, y puesto que la libertad individual exige que uno sea capaz de elegir libremente no sólo en el presente sino también en el futuro, este tipo de contratos serían conceptualmente imposibles. Sin embargo, la analogía esclavitud-prostitución, empleada para mostrar que la prostitución es inexorablemente involuntaria, sólo es legítima si anteriormente se asume que ambas comparten la misma estructura. El problema del argumento en cuestión es que trata de mostrar que la prostitución es relevantemente similar a la esclavitud recurriendo a una analogía que asume, precisamente, que la prostitución y la esclavitud son equivalentes.
Un problema parecido afecta al argumento de Kathleen Barry, tal y como es presentado por Sheila Jeffreys: «[l]a opresión no puede medirse de acuerdo al grado de «consentimiento», dado que incluso en la esclavitud existía cierto consentimiento, si el consentimiento se define como la inhabilidad para concebir […] cualquier otra alternativa» [ii]. En este caso, además del problema de la circularidad, encontramos una dificultad adicional, y es que lo que la autora está atacando es un hombre de paja, pues difícilmente algún defensor de la permisibilidad de la prostitución voluntaria asume dicha concepción de lo que constituye el consentimiento voluntario.
Un argumento algo diferente para mostrar que la prostitución no puede ser realmente una actividad voluntaria es recurrir a la idea de las «preferencias adaptativas«. Esta idea puede ilustrarse aludiendo a la célebre fábula «La zorra y las uvas», del escritor griego Esopo:
«Estaba una zorra con mucha hambre, y al ver colgando de una parra unos deliciosos racimos de uvas, quiso atraparlos con su boca.
Más no pudiendo alcanzarlos, se alejó diciéndose:
-¡Ni me agradan, están tan verdes!» [iii]
La idea central, por lo tanto, es que muchas veces nuestras preferencias son en realidad el resultado de un proceso de adaptación a condiciones desfavorables, que habían sistemáticamente frustrado nuestras preferencias iniciales. ¿Cómo se aplicaría esto a nuestra discusión? La respuesta sería que las preferencias de las prostitutas favorables al trabajo sexual no reflejarían sus verdaderos deseos sino únicamente un proceso de adaptación a unas condiciones desfavorables para cualesquiera que fueran sus preferencias originales.
Si este argumento simplemente nos está invitando a analizar con más detalle el contexto en el que alguien puede mostrar una preferencia favorable a X, creo que es valioso. Pero, por otro lado, si lo que se quiere concluir (como parece ser el caso) es que la existencia de preferencias adaptativas implica necesariamente que estas no pueden constituir una fuente genuina de consentimiento, entonces tengo mis dudas. Supongamos que yo hubiera querido ser músico, pero al no tener talento, acabé dedicándome a la filosofía. Este sería un caso bastante claro de una preferencia adaptativa, pero lo que es menos claro es que de ello se siga que mis preferencias actuales por la filosofía no son valiosas o no generan por mi parte un consentimiento genuinamente libre [iv]. Tal vez podría objetarse que lo que importa aquí es si soy o no consciente del modo en que unas condiciones cambiantes han influido en mis preferencias. Pero, si asumimos esto, ¿qué razón tenemos para pensar que esto excluye en bloque a todas las prostitutas partidarias de la prostitución? Lo más razonable sería concluir que algunas sí, pero otras no. Sin embargo, tal vez toda esta discusión conceda demasiado al crítico de la prostitución. Y es que cabe preguntarse qué razón tenemos para sostener que todas las preferencias de las prostitutas deben ser consideradas preferencias adaptativas. Una posible respuesta es que nadie querría dedicarse a ello como primera opción dado su carácter moralmente erróneo o corrupto. Pero esto, de nuevo, asumiría aquello que hace falta probar. Asumir sin más que ninguna prostituta partidaria de su oficio es capaz de examinar sus preferencias o las circunstancias en que estas surgen implica una forma de paternalismo bastante dudoso.
Por lo tanto, no creo que estos argumentos, cualesquiera que sean sus méritos, muestren que ninguna forma de prostitución puede ser permisible. Estos no son, desde luego, los únicos argumentos disponibles, pero sí algunos de los más importantes. No obstante, teniendo en cuenta las limitaciones que esto último conlleva, podemos concluir que la impermisibilidad de la prostitución, pese a no ser completamente descartable, requiere más (y mejores) argumentos de los que habitualmente se ofrecen.
[i] https://elpais.com/diario/2007/05/21/opinion/1179698404_850215.html
[ii] Jeffreys, Sheila. 1997. The Idea of Prostitution. Spinifex Press, 135.
[iii] https://es.wikisource.org/wiki/La_zorra_y_las_uvas_(Esopo). Para una interesante discusión del fenómeno véase Elster, Jon. 1983. Sour Grapes: Studies in the Subversion of Rationality. Cambridge: Cambridge University Press.
[iv] Para un argumento a favor de la legitimidad de algunas preferencias adaptativas véase Bruckner, Donald. 2009. «In Defense of Adaptative Preferences», Philosophical Studies 142(3): 307-324.
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