Los 100.000 hijos de San Luis
En un periodo de quince años, en el primer cuarto del siglo xix, España se vio invadida dos veces por tropas francesas. En la primera ocasión con la justificación de dirigirse a Portugal y siendo el germen de la Guerra de Independencia de 1808 y en la segunda, en abril de 1823, cuando los Cien Mil Hijos de San Luis vuelven a hacerlo en ayuda de Fernando VII y la corona absolutista para acabar con el sistema constitucional que había triunfado con el levantamiento de Rafael de Riego en 1820.
La Revolución liberal abanderada por Riego había establecido en España un régimen constitucional, recuperando la carta magna de 1812, la Pepa, pero había generado mucha inquietud en las potencias europeas tras derrotar definitivamente a Napoleón acabando con su fantasma para siempre.
En el Congreso de Troppau a finales de 1820, los miembros de la Cuádruple Alianza (Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra) y al que fue invitada Francia, ya la situación se había complicado en lo que algunos autores han calificado como «sarampión revolucionario» que se extendía por el continente. El Pronunciamiento de Riego, el asesinato del duque de Berry en Francia, la promulgación de la Constitución de Cádiz, la Revolución napolitana o la portuguesa, todo ello a lo largo de 1820, hizo que Austria, con su canciller Metternich a la cabeza, se acercara a la postura rusa favorable a la intervención en suelo extranjero para restaurar la estabilidad. En Troppau acordaron un Protocolo Preliminar por el que respaldarían intervenciones armadas para acabar con las revueltas revolucionarias si fuese necesario. Aunque la oposición británica a este Protocolo fue un duro golpe para la Alianza, y el Congreso fue aplazado sin tratarse el caso español. Pero las intenciones estaban claras.
La Revolución griega de marzo de 1821 puso de nuevo el problema en el tapete de la Alianza y se convocó una nueva reunión para abordar los temas griego y español. Así llegamos al Congreso de Verona de finales de 1822. Francia seguía mirando a España con recelo, preocupados por la radicalización y de un posible «contagio» y los británicos, por el contrario, no veían ningún peligro. Pero no así el resto. Y el Congreso se abrió con la decisión de una más que posible intervención en España.
Las peticiones de ayuda del monarca español a su tío el rey francés eran constantes, pero en París no querían precipitar los acontecimientos y miraban la situación con prudencia. Una brusca vuelta atrás, reponiendo la monarquía absoluta, podía provocar una reacción revolucionaria de consecuencias imprevisibles. Así que tomaron la vía diplomática y buscaron un acuerdo internacional con ese objetivo, aunque en realidad no fue tan diplomática.
En el Congreso de Verona, se acordó el envío de notas al gobierno español, exigiendo la renuncia inmediata a la Constitución de 1812. Evidentemente, la respuesta no fue la esperada y el gobierno, presidido por Evaristo San Miguel, rechazó tal injerencia en asuntos internos y ratificaron su posicionamiento respecto a la Constitución, cerrando las puertas a una posible negociación. Ante esta respuesta, los embajadores de las naciones remitentes de dicho comunicado salieron de España en enero de 1823 lo que no auguraba nada positivo.
Ante la decisión tomada en Verona de intervenir, Francia se sacudió las dudas y, en aras de no perder oportunidad ni protagonismo, jugó sus cartas de la mano de Chateaubriand que, junto al propio monarca, consiguió que la fuerza expedicionaria fuese exclusivamente francesa. Así, el 28 de enero de 1823 Luis XVIII, en el acto de apertura de las Cámaras representativas, pronuncia el famoso discurso en el que anunciaba que «cien mil franceses estaban dispuestos a marchar invocando al dios San Luis para conservar en el trono de España a un nieto de Enrique VI».
Los preparativos se agilizaron para organizar los movimientos antes que los españoles pudieran organizar una feroz resistencia que los franceses ya conocían. Una parte importante en la estrategia fue la intendencia. Para ello era imprescindible planificar el abastecimiento del ejército durante la campaña para evitar mantenerse en terreno enemigo a base de confiscaciones y requisas de bienes y propiedades, como había ocurrido quince años antes, e intentar evitar la impopularidad y animadversión del pueblo español.
Al frente del contingente francés se nombró a Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, sobrino del monarca francés que a pesar de tener 48 años no tenía suficiente experiencia en el campo de batalla. Fue por tanto una decisión política, aunque con el desarrollo de la intervención se ganaría la confianza de sus hombres y el respeto de todos los franceses. Por si acaso, le habían asignado como asistente al conde de Guilleminot, de contrastada experiencia y prestigio y a quien muchos vieron como el verdadero artífice de la campaña.
El ejército estuvo organizado en cuatro cuerpos. El primero bajo el mando del general Oudinot, duque de Reggio con 27 485 hombres; el segundo, de 20 312 hombres lo dirigiría el conde de Molitor; el príncipe de Hohenlohe comandaría el tercer cuerpo compuesto por 16 476 hombre y, por ultimo, el cuarto cuerpo bajo las ordenes del mariscal Moncey con 21 099 hombres. En el tercer cuerpo se integró una división de realistas españoles comandada por el Conde de España. A estos cuerpos hay que sumarles otro de reserva a las ordenes del general Bourdesoulle con 9690 hombres. Un total de poco mas de 95 000 soldados formarían el cuerpo expedicionario. Los tres primeros cuerpos se dispusieron a cruzar la frontera por Bayona y el cuarto lo haría por los Pirineos orientales.
Un pequeño incidente protagonizó el arranque de la expedición, cuando un grupo de liberales franceses al grito de Vive l’Artillerie!, Vive l’Empereur! Intentaron sublevar al ejercito invasor e impedir su paso por los Pirineos occidentales. Pero con una simple escaramuza y unos disparos de artillería se dio por finalizado el incidente y dispersados los alborotadores.
El 7 de abril el ejercito francés atravesó el Bidasoa y el tercer cuerpo dirigido por el príncipe Hohenloe se dirigió a Navarra por Roncesvalles. A los pocos días hizo lo propio el mariscal Moncey entrando en Cataluña. 80 000 hombres y otros 52 000 que formaban las guarniciones de las plazas fuertes, serían los responsables de contener a las fuerzas invasoras. Pero mal preparadas y con escasos medios para la defensa no fueron una resistencia suficiente para evitar la invasión. Por ello, sus instrucciones eran de actuar a modo guerrilla que tantos éxitos dieran en el pasado reciente y no enfrentarse de forma directa a campo abierto a los franceses. Atacar los flancos con rápidos movimientos, hostigar los convoyes de suministros y cortar sus comunicaciones fue la estrategia adoptada por los constitucionalistas.
Pero para llevarlo a cabo necesitaban la colaboración de la población civil que esta vez no estuvo por la labor. Todos los intentos por resucitar el espíritu del pasado, como el decreto del 25 de abril del nuevo gobierno presidido por José María Calatrava, animando a la formación de guerrillas, eran recibidos con indiferencia por la población. Angulema no fue visto como un invasor, sino como un restaurador de la legítima soberanía de Fernando VII. Y la táctica de evitar provocaciones con el sistema de abastecimiento previsto por los franceses ayudó y mucho en este sentido. Y el pueblo no se vio agredido, es más, se pagaba y muy bien las necesidades de ejército francés.
El avance fue rápido y aquello se convirtió en un paseo militar. El día 17 llegaron a Vitoria donde Angulema tuvo que espera tres semanas hasta recibir noticias de que las Cortes se habían dirigido a Sevilla llevándose al rey.
El general Labisbal, encargado de la defensa de Madrid se entregó a los franceses sin resistencia. El camino hacia la capital estaba libre y su marcha estuvo rodeada de todo tipo de facilidades. El 23 de mayo los primeros soldados franceses entraban sin disparar un solo tiro en Madrid.
Al no encontrarse el poder político ni el rey en la capital, y ante las facilidades encontradas, Angulema decide dirigirse a Andalucía, con la idea de provocar un levantamiento general y que forzara a las Cortes a que dejaran en libertad al monarca y rendirse. Ante esta situación los diputados deciden continuar la retirada y llegan a Cádiz el 12 de junio junto al rey y su familia. En Cádiz pensaban que podían reeditar viejos episodios de resistencia.
Al mismo tiempo las tropas francesas se van haciendo con el control de todo el país. Los distintos generales constitucionalistas encargados de la defensa, Quiroga, Morillo, Ballesteros y el propio Riego fueron capitulando. Mina fue quien opuso mayor resistencia en Cataluña, pero el final fue el mismo.
«Mina, hombre de mucha impaciencia, tenía en aquellos días un humor de mil demonios. Sus soldados estaban medio desnudos, sin ningún abrigo y con menos ardor guerrero que hambre. A los cuarenta y seis cañones que guarnecían las fortalezas de la Seo, el héroe navarro no podía oponer ni una sola pieza de artillería. El país en que operaba era tan pobre y desolado, que no había medios con los que vivieran las tropas. Por carecer estas de todo, hasta carecían de fanatismo, y el grito de Constitución o muerte hacía ya muy poco efecto. Era como los cumplimientos, que todo el mundo los dice y nadie cree en ellos. Un invierno frío y crudo completaba la situación, derramando nieves, escarchas, hielos y lluvia sobre los sitiadores, no menos desabrigados que aburridos. (Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales, Libro 16, Los Cien Mil Hijos de San Luis)»
En el sitio de Cádiz, Angulema disfrutó de unas ventajas que no tuvieron los ejércitos napoleónicos años atrás. Pudo atacar desde el mar, cercando totalmente la ciudad. Los franceses llegaron al Puerto de Santa María el día 16 de agosto y el Trocadero fue su objetivo. Núcleo de comunicaciones del enemigo y lugar idóneo para bombardear Cádiz. De ahí se dirigieron a Chiclana para dar el último paso.
Pero no hizo falta asaltar la ciudad, porque Angulema recibió la visita del conde de Valmediana, chambelán de Fernando VII, quien le informó que los constitucionalistas ante la crítica situación habían decidido capitular y dejar en libertad al monarca. Y el 1 de octubre Angulema recibe a Fernando VII con toda la pompa del momento. Había conseguido su objetivo. Era el final del Trienio Constitucional, se volvía a una situación similar a la planteada por el golpe de 1814: restauración y persecución estarían al orden del día.
Tras la restauración de la monarquía absoluta en España, el ejército francés mantuvo un importante contingente de tropas a modo de garantía, y para que no se tomaran represalias por parte de los absolutistas. Y así se recoge en la Ordenanza de Andújar firmada por el duque de Angulema el 8 de agosto de 1823, en un breve cuerpo de cinco artículos:
«Conociendo que la ocupación de España por el ejército francés de nuestro mando me pone en la indispensable obligación de atender a la tranquilidad de este reino y a la seguridad de nuestras tropas, hemos decretado y decretamos lo siguiente:
Artículo 1.º- Las autoridades españolas no podrán hacer ningún arresto sin la autorización del comandante de nuestras tropas en el distrito en que ellas se encuentren…»
Todo vino motivado por las incesantes denuncias que recibieron los franceses de encarcelamientos y represalias por parte de los realistas según iban recuperando el poder. Las tropas francesas estuvieron en España hasta 1828. A nivel internacional Francia recuperaba parte de su prestigio perdido.
Puedes leer más textos de Antonio Taboada en su blog Historia sin pretensiones
Fotografía: Episodio de la intervención francesa en España en 1823 (1828), por Hippolyte Lecomte .
Fuentes:
Artola Gallego, M. (1999). La España de Fernando VII. Madrid: Espasa Calpe.
Guerrero Latorre, A. C. (2013). El reinado de Fernando VII, 1808-1833. Cap. 3 El Trienio Constitucional, 1820-1823. Historia contemporánea de España 1808-1923. Madrid: Akal.
La Parra López, E. (2007). Los Cien Mil Hijos de San Luis: el ocaso del primer impulso liberal en España. España: Síntesis.
Pérez Galdós, B. Los Cien Mil Hijos de San Luis (Episodios Nacionales, Libro 16).
Sánchez Mantero, R. (1981) Los Cien Mil Hijos de San Luis y las relaciones franco-españolas.Sevilla: Universidad
Sánchez Mantero, R. (2005). Los Cien Mil Hijos de San Luis. Cruzada Monárquica. La Aventura de la Historia, 80.
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