Lou Andreas-Salomé: mujer y erotismo
Lou Andreas-Salomé (San Petersburgo, 1861 – Göttinger, 1937) fue una de las grandes intelectuales de finales del siglo XIX. Su biografía y su obra siguen fascinando a los historiadores, porque en el contexto en que vivió pocas mujeres podían permitirse dedicarse a la vida intelectual.
En 1882 viajó a Italia donde conoció al escritor Paul Rée y al filósofo Friedrich Nietzsche quién quedó tas fascinado por su inteligencia que en su primer encuentro le dijo “¿Desde qué estrellas hemos venido a caer aquí, uno frente al otro?”[1]
Lou Andreas-Salomé, Pual Rée y Friedrich Nietzsche
En 1911 conoce a Freud en Weimar donde entra en contacto con el psicoanálisis, le pareció tan interesante que en 1912 viaja a Viena para asistir al curso Capítulos de la teoría psicoanalítica y se convierte en una de las alumnas más próximas a Freud.
Congreso Psicoanalítico Internacional. 1911. Weimar. Lou Andreas-Salomé y Sigmund Freud
Finalmente, en 1937 muere en Göttingen a los 77 años. Su filosofía se puede dividir en dos etapas: una pre-psicoanalítica (1822-1911) donde se centra en buscar diversas vías para la emancipación de la mujer, y desarrolla el concepto de erotismo. La segunda (1912-1937) se basa exclusivamente en ampliar la teoría psicoanalítica de Freud. No obstante, en este artículo únicamente desarrollaré los planteamientos filosóficos de su primera etapa.
La mujer
La mujer desde los inicios de la civilización ha sido rebajada a un segundo plano considerándola inferior al hombre. Solo ha sido apreciada por su capacidad reproductora, aunque todo el mérito siempre se le ha otorgado a la figura masculina. Un ejemplo es Aristóteles como recoge Patricia Mayayo en su libro Historias de mujeres, historias del arte:
“La mujer no es más que un hombre infradesarrollado, una especie de monstruo o fenómeno anormal que, al no haber recibido suficiente calor durante la concepción, no consigue desarrollar plenamente sus potenciales. En condiciones perfectas, sólo habría niños de sexo varón. Más aún, según Aristóteles, el sexo femenino es incapaz de procrear: la mujer es un mero continente o receptáculo pasivo destinado a albergar el feto; tan sólo la simiente masculina contiene el principio formativo activo que permite la reproducción”[2]
Incluso también se ha mostrado la violación hacia nosotras como una muestra de amor como narra Ovidio en su obra El arte de amar:
“Podrás tú llamarlo violencia: grata es esta violencia a las mujeres. En lo que les agrada ceder, muchas veces a la fuerza desean conceder. Cualquier mujer forzada por un brusco arrebato de pasión, se regocija de ello y tomará como un regalo ese atrevimiento. Por el contrario, la que pudiendo ser forzada queda intacta, aunque simule su rostro alegría, triste estará en su interior”[3]
En la contemporaneidad de Lou Andreas-Salomé esta situación no había cambiado, a pesar de que algunas mujeres eran consideradas figuras importantes en la sociedad. Un caso muy próximo a la filósofa es Nietzsche que le escribió una carta en 1882 donde valoraba a la mujer como un ser débil y poco inteligente:
“La mujer más débil transformará a todo hombre en un dios, y de la misma manera obrará con las costumbres o la religión: por un proceso de sacralización las verá como algo intocable, definitivo y adorable. (…). Así serían las mujeres si se les dejara solas, desde su debilidad no cesarían de crear “hombres”, o también “dioses””[4]
Este desprecio e infravaloración continua del hombre hacia la mujer fue el principal motivo por el cual en el fin de siglo XIX escritoras, filósofas, políticas y artistas comenzaran a desarrollar las bases de lo que se ha convertido en la ideología del Movimiento Feminista. Una de estas mujeres fue Lou Andreas-Salomé quién desarrolló toda una filosofía basada en demostrar la igualdad entre hombre y mujer. También se caracteriza por su carácter individualista donde predomina el “yo” al “nosotros” como escribe en una carta dirigida a Hendrik Gillot en 1882:
“Me di cuenta hace tiempo que en el fondo pensamos siempre de distinta manera, incluso cuando estamos de acuerdo. Tiene la costumbre de expresarse diciendo que eso o aquello no “debemos” hacerlo o “debemos” conseguirlo, -e ignoro totalmente a quien se refiere con ese “nosotros”, a algún partido ideal o filosófico, probablemente, pero sólo yo misma se algo de “mi””[5]
Además, hay una parte idealista donde defiende un conocimiento ascendiente que parte de lo terrenal a lo espiritual e indica que la mujer lo tiene más inculcado que el hombre. Para explicar esta idea Lou Andreas-Salomé siempre utiliza como metáfora el crecimiento de un árbol:
“El eros que arraiga en el suelo de todo ser, crece por ello en una tierra igualmente feraz y sólida, levantándose hacia unas (p. 69) alturas hasta convertirse en un poderoso árbol que lo cubre (…),, y es justamente la fuerza de su raíz hendida en la tierra, lo que le lleva a pervivir. Y su punzante fuerza y valor vital la hace capaz, además, de lograr manifestaciones pluriformes, de incorporar elevados ideales, pero sin por ello quedarse reducido a este aspecto, sino que se aclimata por su capacidad de chupar de cualquier suelo, de ajustarse a cualesquiera circunstancias vitales”[6]
Empancipación
Para la filósofa hay dos caminos para que la mujer logre su emancipación: la educación y la maternidad. La educación parte primero del “Yo”, ya que para Andreas-Salomé es indispensable que la mujer se conozca a si misma como defiende en su libro El erotismo: “Un claro conocimiento de su propio cuerpo podría presentarse de una forma distinta a antes”[7]. Después continúa con un proceso intelectual que conlleva la libertad, pero es consciente que para lograrla se han de romper todas las barreras impuestas por la tradición como escribe en una carta dirigida a Hendrik Gillot:
“También escribe usted que había considerado como “transición” el hecho de entregarme plenamente a objetivos puramente intelectuales. Pero, ¿a qué llama “transición”? Si tras la palabra se esconden otros fines, fines a los que es preciso renunciar y que representan lo mejor y lo más difícil de obtener sobre la tierra, como por ejemplo la libertad, entonces quiero permanecer siempre en la transición. Y esta guerra que no parecía seria va estallar y no me asusta, al contrario ¡qué estalle! ¡Veremos entonces si la mayoría de las llamadas “barreras insuperables” que el mundo levanta no resultarán ser más inofensivas rayas de tiza!”[8]
Lou Andreas-Salomé también defiende la educación como un camino para llegar a lo transcendental. Por otro lado, la filósofa rusa contempla la feminidad de la mujer como una forma de conseguir su emancipación, ya que ella cree que para lograr la igualdad, las féminas han de demostrar lo que las diferencia del hombre. Uno de estos aspectos es la maternidad que plasma la fuerza autocreadora de la mujer partiendo del coito y después el parto. Además, Andreas-Salomé contempla la maternidad, especialmente el embarazo, como un camino de lo terrenal a lo espiritual porque “permite realizarse plenamente desde la fuente de origen hasta el último punto de culminación, desde la propia carne y sangre hasta un nuevo ser espiritual extraño que de nuevo se instituye en inicio del mundo”[9].
Virgen-prostituta
En el siglo XIX la prostitución se convierte en un problema para las clases medias dentro del contexto urbano porque, según Elisabet Meoz:
“La única vía visible de la sexualidad –en una sociedad europea que compartía una moral de raíz victoriana –era la prostituta. En las grandes capitales las condiciones de vida y de trabajo, así como el aumento demográfico y la escasez de viviendas, arrojaba a miles de jóvenes a dedicarse a la prostitución. La poca higiene y la absoluta falta de protección hacían que las enfermedades se extendieran vertiginosamente –es famoso el caso de la sífilis. La vinculación resultante de sexo y muerte, por tanto, de la prostituta como la muerte misma, parecía evidente”[10]
Sin embargo, la generación finesecular valoró la figura de la prostituta como fuente de vitalidad, y por ello se comenzaron a realizar paralelismos y puntos de unión entre esta figura y la mujer virgen. Lou Andreas-Salomé establece dos puntos de unión entre estas mujeres. El primero, se realiza a través de la sexualidad, porque aunque sean dos posturas opuestas, ella las contempla “así como caricatura e imagen original, se tocan en los extremos”[11]. La otra relación se basa en que las dos son mujeres portadoras, aunque cada una con finalidades distintas:
“Su cuerpo (el de la virgen) como portador del fruto que es el hijo, como templo del dios, (el de la prostituta) como lugar de recreo y local de alquiler para la sexualidad se convierte así en expresión corpórea, en símbolo, de aquella pasividad que tanto sirve para degradar lo sexual como para explicarlo”[12].
Discrepancias y legado dentro del movimiento feminista
En el siglo XIX, durante el reinado de la reina Victoria, Inglaterra vivió una época dorada gracias a la Revolución Industrial, porque conllevó cambios culturales, políticos, económicos, industriales y científicos. También se produjeron diversos cambios sociales que tuvieron como consecuencia la libertad de expresión y la implantación del sufragio universal masculino en la segunda mitad del siglo XIX.
Sin embargo, la Revolución Industrial provocó que la desigualdad entre hombres y mujeres se acentuara más, porque el trabajo laboral pasó a estar mejor considerado que el doméstico. Además, vieron como los varones aumentaban su poder adquisitivo mientras las féminas continuaban dependiendo del marido económicamente y sin poder heredar ninguna propiedad.
Consecuentemente a todos estos sucesos, surgen los primeros movimientos feministas con el objetivo de luchar contra la inferioridad política, jurídica y económica. También reclamaban mayores libertades e igualdad de derechos. A finales del siglo XIX, los objetivos se ampliaron y comenzaron a reclamar representación política y el acceso a la educación y al mercado laboral.
A pesar de las continuas reivindicaciones, el sufragio continuaba siendo exclusivamente masculino, así que Emmeline Pankburst en 1902 creó la Women’s Social and Political Union, más conocida como Las Sufragistas, para lograr que la mujer pudiera acceder al voto. Finalmente, en 1928 se logró el sufragio universal en Inglaterra.
Emmeline Pankburst junto con otras mujeres de Women’s Social and Political Union
El movimiento feminista perdió fuerza y quedó relegado a un segundo plano con la irrupción de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y después la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). No fue hasta principios de los años 60 en Estados Unidos cuando apareció una nueva corriente titulada La liberación de la mujer, en poco tiempo su ideología se expandirá por toda Europa.
Esta nueva ola feminista nació a partir de los movimientos antisistema, pacifistas y antirracistas derivados de la disconformidad ante guerras como la de Vietnam (1955-1975). Además, en los años 80 se unió a la lucha el colectivo LGTBI para dejar de ser invisible delante de la sociedad. Sus objetivos consistían en lograr la igualdad social y cultural de la mujer a partir de diversas metas. La primera fue luchar por el derecho sexual de la figura femenina, es decir, derecho a la planificación familiar a partir de la libertad reproductiva y al aborto.
Marcha de Women’s liberation en Washington. 26 de Agosto de 1970
La siguiente se basaba en acabar con la discriminación por sexos en el trabajo y con el estereotipo de la mujer como objeto sexual que aparecía frecuentemente en la publicidad y en el cine. Además, hubo una lucha continua para que la mujer pudiera acceder a la misma educación que el hombre. La tercera planteaba la abolición del patriarcado, es decir, la estructura social que provocaba desigualdades y que continuaba estableciendo jerarquías que beneficiaban a los varones. Finalmente, con el lema “Lo personal es político” se realizaron debates públicos sobre la sexualidad femenina y los casos de violencia sexual contra la mujer.
En la actualidad, según Laia San, se está desarrollando una nueva ola feminista que continua luchando por los mismos objetivos iniciados en los años 60, pero está incorporando nuevas ideas como es la defensa de que no existe un único prototipo de belleza femenina.
Lou Andreas-Salomé no participó en el Movimiento Feminista, es más, en muchas de sus obras encontramos críticas hacia ellas. Sin embargo, muchas de las ideas que desarrolla serán utilizadas por las generaciones futuras para reclamar la igualdad entre el hombre y la mujer.
Discrepancias
La principal discrepancia consistía en que la filósofa defendía una emancipación de carácter individualista basada en la educación, en cambio, las feministas buscaban crear un movimiento social donde todas las mujeres unidas lucharan por la igualdad.
La siguiente diferencia se desarrolló alrededor de la idea de maternidad. Andreas-Salomé estaba segura que era una vía para que la mujer lograra su independencia. Sin embargo, las activistas pensaban todo lo contrario. Estaban seguras que la maternidad suponía un obstáculo para el desarrollo de la mujer ya que las obligaba a dedicarse exclusivamente al cuidado de las criaturas, por tanto, a depender del marido.
Lou Andreas-Salomé también argumentaba sobre la importancia de que la mujer mostrara su feminidad para defender su igualdad. No obstante, la historia no le ha dado la razón ya que la incorporación de prendas masculinas en el look femenino se convirtió para los grupos feministas en un acto de liberación y rebeldía contra los colectivos más conservadores. Como expliqué en mi artículo El ángel azul: Star-system, Marlene Dietrich se tuvo que enfrentar a duras críticas por continuar llevando en público vestimentas consideradas exclusivamente masculinas después de rodar la película Marruecos.
Legado
Virginia Woolf, igual que hizo Lou Andreas-Salomé, en su ensayo Una habitación propia hace una llamada a que las mujeres reciban la misma educación que los hombres:
“El estudiante que ha aprendido en Oxbridge a investigar sabe, no cabe duda, cómo conducir como buen pastor su pregunta, haciéndole evitar todas las distracciones, hasta que se mete en su respuesta (…). Pero si, por desgracia, no se tiene una formación universitaria, la pregunta, lejos de ser conducida a su redil, brinca de un lado a otro, desordenadamente.”[13]
En los años 60, se comenzó a reivindicar la importancia de hablar públicamente de la sexualidad femenina con el lema “Lo personal es político”. La filósofa ya plasma esta idea en su libro El erotismo:
“Y entonces habrá muchas mujeres que con una íntima sonrisa sentirán lo que antes ya bien sabían, esas mujeres para las que las coercitiva educación sexual de todos los siglos del cristianismo, al menos en diferentes niveles, se ha convertido en una independencia natural de los desnudos impulsos de la pasión, esas mujeres que hoy en día deben pensárselo tres veces, mejor dicho, cientos de veces, antes de que, sin un esfuerzo personal, dejen caer en su seno el fruto, o en sus cerrados círculos culturales se dejen deslizar hacia el moderno amor libre pues se precisan muchas menos generaciones para la rendición que para la conquista”[14]
Finalmente, en la actualidad se ha recuperado con fuerza la importancia de amarse a uno mismo como base principal del desarrollo individual, incluso algunos artistas han logrado la fama al plasmar esta idea en sus obras. Un ejemplo, es la ilustradora Raquel Riba Rossy, creadora del personaje de Lola Vendetta, que consiguió publicar su cómic Lola Vendetta. Más vale Lola que mal acompañada gracias a un conjunto de viñetas que colgó en su cuenta de Instagram donde defendía la importancia de aceptarnos tal y como somos (y de la que ya hablé en este artículo).
Ilustración del cómic. Riba, Raquel. Lola Vendetta. Más vale Lola que mal acompañada. Barcelona: Lumen, 2017
Erotismo y sexualidad
Lou Andreas-Salomé desarrolla el concepto de lo erótico partiendo de su pensamiento más romántico. El erotismo es concebido como un sentimiento que se traslada en línea vertical partiendo de lo físico a lo transcendental. La filósofa explica que se encuentra en todo ser humano, pero actúa de forma más activa en la mujer debido a su naturaleza más harmónica, circular, plena que logra unir puntos opuestos. Andreas-Salomé desarrolla esta idea principalmente dentro del campo de lo sexual y lo amoroso.
Durante el Fin de siècle[15] se produce un gran interés por la sexualidad. Según Josep Casals se debe a que “la generación finesecular asume un imperativo indagatorio que pone su punto de mira en las fuentes de la vitalidad elemental”[16]. Sin embargo, la sexualidad se contemplaba como un problema de la sociedad moderna debido a la prostitución y a que la ciencia comienza a investigar si las “perversiones sexuales” están relacionadas con el concepto de herencia. Esto provocó, como explica Meoz, que “se vincularan estas “enfermedades” o “degeneraciones” con las clases o figuras marginales”[17].
Félicien Rops. La Parodie humaine. 1881
Por otro lado, esta misma autora explica que en el siglo XIX la sexualidad femenina se había silenciado, pero cuando los intelectuales de la época observaron que la moralidad de la sociedad estaba en decadencia “se descubre una sexualidad de la mujer que, por haberse creído inexistente, se veía ahora como exagerado”[18] A partir de ese momento, el hombre burgués ve la sexualidad como una amenaza de la sociedad liberal. Como consecuencia, se comenzó a enfatizar la diferencia entre los caracteres femeninos y masculinos, como hizo Weininger en Sexo y carácter de 1903, para relacionar la sexualidad únicamente con la mujer.
No obstante, Lou Andreas-Salomé la percibe como un aspecto positivo del género femenino, porque a través de la atracción física provocada por lo erótico se desarrolla el acto sexual que conlleva llegar a lo espiritual. Además, la filósofa defiende que la mujer no es un objeto pasivo en el coito, sino que tanto la célula masculina como la femenina son relevantes en la reproducción. Sin embargo, argumenta que la aportación de la madre conlleva un plus porque el embrión madura dentro del vientre.
Amor
Lou Andreas-Salomé desarrolla el amor como un sentimiento universal, cósmico y ligado a la naturaleza. La pasión amorosa se desarrolla de forma ascendiente partiendo del propio Yo hacia lo espiritual. La filósofa explica que el primer paso es que la mujer se ame así misma para convertirse en un ser completo, por eso critica el concepto de “medias naranjas”:
“De hecho esas “medias naranjas” se han sentido siempre agobiadas en su morada cuando no ha existido una plena compenetración: han seguido diciendo “nosotros” en un lugar de “yo”, pero ese “nosotros” ha dejado de tener un suelo firme donde edificar un pedazo de vida y el “yo” ha seguido manteniéndose”[19]
También analiza las relaciones amorosas donde critica duramente el concepto de fidelidad porque considera que “es una debilidad moderna dejar sin dilucidar en lo posible la sanción interna a esa unión y dejarse crucificar por la palabra “ascesis””[20]. Y defiende que la mujer debe centrarse en ser fiel a ella misma. Por otro lado, la filósofa contempla en la pasión un sentimiento que conecta lo corporal con lo trascendental de forma inigualable como explica en su obra Mirada retrospectiva:
“(El amor es) como un sobrecogimiento que tendemos a valorar casi “místicamente”; según encuentre expresión en nuestra ingenua corporalidad en cuanto tal o que nosotros, criaturitas humanas, celebramos extáticamente, con todo nuestro ser, el misterio de nuestra primigenia pertenencia en la existencia toda”[21]
Conclusiones
Su pensamiento pre-psicoanalítico se centra en demostrar la igualdad entre ambos sexos, para lograrlo, plantea varias vías de emancipación basadas en la educación y en mostrar la feminidad de la mujer. Sus planteamientos no fueron influyentes en los orígenes del Movimiento Feminista. En mi opinión, se debe a que no era consciente de los problemas reales que vivían las mujeres en su época, sino que sus ideas se basan exclusivamente en su experiencia personal. La única manera de que se produjese un cambio en la estructura social que tantos siglos llevaba arraigada, era a partir de un gran movimiento social. Además, en aquella época solo las clases privilegiadas podían permitirse una rica educación, por lo tanto, el conocimiento intelectual como vía para la emancipación de la mujer solo hubiera sido aplicable a un grupo muy reducido de féminas, y el género femenino seguiría siendo considerado inferior al masculino en la sociedad.
No obstante, en la actualidad su filosofía es la base del empoderamiento femenino, debido en parte a que actualmente vivimos una época donde predomina un pensamiento narcisista a uno de carácter grupal. Además, hoy en día, en los países europeos y en América, la mujer disfruta de los mismos derechos económicos y políticos que el hombre. Actualmente, el problema se centra en los aspectos culturales, ya que todavía sobreviven algunos estereotipos e ideas providentes de la mentalidad tradicional. Por ejemplo, todavía está mal visto que una mujer tenga relaciones sexuales con diversas personas, en cambio, al hombre se le tacha de triunfador cuando realiza esos mismos actos. En mi opinión, Andreas-Salomé desarrolla su filosofía a partir de casos como éste, porque ella también sufrió los prejuicios de la sociedad. Una prueba la encontramos en una carta que le envió la escritora alemana Malwida von Meysenbug: “Ponga el mayor cuidado en la forma de su empresa, no por servilismo mediocre a los ojos del mundo sino por respeto a nuestro principio. No deben confundirnos con aquellas personas que traspasan los límites según su voluntad”[22].
Por otro lado, El erotismo es de los pocos ensayos, que hayamos conservado, redactados por una escritora en que se habla del género femenino, ya que, la mayoría de los libros eran escritos por hombres como denuncia Virginia Woolf: “¿Tenéis alguna noción de cuántos libros se escriben al año sobre las mujeres? ¿Tenéis alguna noción de cuántos están escritos por hombres? ¿Os dais cuenta de que sois quizás el animal más discutido del universo?”[23]. Además, el tema del erotismo y la sexualidad femenina siempre se había considerado algo negativo como escribe Weininger en su obra Sexo y carácter, en cambio, Andreas-Salomé trata el tema de una forma abierta donde argumenta que el erotismo es un aspecto positivo que nos traslada al Todo.
En conclusión, la filosofía de Lou Andreas-Salomé que corresponde a su primera etapa (1882-1911) no influyó en el pensamiento de su época en parte, por su carácter idealista que los filósofos de su época como Friedrich Nietzsche ya habían abandonado. Sin embargo, algunas de las ideas relacionadas con la emancipación de la mujer y la importancia de la sexualidad femenina, sí serán utilizadas en los años 60 por los movimientos feministas.
[1] Cita que se recoge en Pfeiffer, Ernst. Vivencia de los amigos. En: Pfeiffer, Ernst. Mirada retrospectiva: compendio de algunos recuerdos de la vida. Madrid: Alianza, 1980, p. 71
[2] Mayayo, Patricia. En busca de la mujer artista. En: Mayayo, Patricia. Historia de mujeres, historias del arte. Madrid: Ensayos Arte Cátedra, 2016, p. 69
[3] Ovidio. Libro I. En: Arte de amar. Madrid: Ankala, 1991, p. 66
[4] Pfeiffer, Ernst (ed). Friedrich Nietzsche. Notas para Lou Andreas von Salomé. Agosto 1882. En: Pfeiffer, Ernst (ed). Documentos de un encuentro. Barcelona: Laertes, 1982
[5] Pfeiffer, Ernst (ed.). Lou von Salomé a Hendrik Gillot en St. Petersburgo. Roma, 26/13 Marzo 1882. En: Pfeiffer, Ernst (ed.). Documentos de un encuentro. Barcelona: Laertes, 1982
[6] Andreas-Salomé, Lou. Tema. En: Andreas-Salomé, Lou. El erotismo. España: Lunas, 1993, p. 69-70
[7] Andreas-Salomé, Lou. La mujer. En: Andreas-Salomé, Lou. El erotismo. España: Lunas, 1993, p. 94
[8] Pfeiffer, Ernst (ed.). Lou von Salomé a Hendrik Gillot en St. Petersburgo. Roma, 26/13 de Marzo 1882. En: Pfeiffer, Ernst (ed.). Documentos de un encuentro. Barcelona: Laertes, 1982
[9] Andreas-Salomé, Lou. La maternidad. En: Andreas-Salomé, Lou. El erotismo. España: Lunas, 1993, p. 92
[10] Meoz, Elisabet. Otto Weninger. Sexualidad y mujer en la fin de siècle. Barcelona: Universidad de Barcelona, Departamento de Historia del Arte, 2016, p. 14-15
[11] Andreas-Salomé, Lou. La mujer. En: Andreas-Salomé, Lou. El erotismo. España: Lunas, 1993, p. 93
[12] Andreas-Salomé, op.cit., p. 93
[13] Woolf, Virginia. Capítulo 2. En: Woolf, Virginia. Una habitación propia. Barcelona: Austral, 2016, p. 41
[14] Andreas-Salomé, Lou. Base. En: Andreas-Salomé, Lou. El erotismo. España: Lunas, 1933, p. 68
[15] Este término comprende la generación entre 1870 a 1914
[16] Casals, Josep. Arte. En: Casals, Josep. Afinidades vienesas: Sujeto, lenguaje, arte. Barcelona: Laertes, 1977
[17] Meoz, Elisabet. Otto Weininger. Sexualidad y mujer en la fin de siècle. Barcelona: Universidad de Barcelona. Departamento de Historia del Arte, 2016, p. 15
[18] Meoz, Elisabet, op. cit., p. 16
[19] Andreas-Salomé, Lou. Reflexiones sobre el problema del amor. En: Andreas-Salomé, Lou. El erotismo. España: Lunas, 1977, p. 57
[20] Andreas-Salomé, Lou. Pacto de vida. En: Andreas-Salomé, Lou. El erotismo. España: Lunas, 1977, p. 104
[21] Pfeiffer, Ernst (ed.). Vivencias de amor. En: Pfeiffer, Ernst. Miradas retrospectiva: Compendio con algunos recuerdos de la vida. Madrid: Alianza, 1980, p. 31
[22] Pfeiffer, Ernst (ed.). Malwida von Meysenbug a Lou von Salomé. Bologna 18 de junio 1882. En: Pfeiffer, Ernst (ed.). Documentos de un encuentro. Barcelona: Lartes, 1982, p. 103
[23] Woolf, Virginia. Capítulo 2. En: Woolf, Virginia. Una habitación propia. Barcelona: Austral, 2016, p. 39
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