Sistemas electorales (I): Sistemas mayoritarios
Si durante los últimos años ha habido un debate que ha pasado de residir solo en oscuros rincones de la academia jurídica y politológica a abrirse paso en la arena política, este es sin duda el del sistema electoral. Partidos que afirman que el sistema actual les perjudica, propuestas parlamentarias para su reforma y un sinfín de inexactitudes en el debate público se han convertido en el pan de cada día. Iniciamos aquí una serie de artículos para abordar esta cuestión, exponiendo los modelos más comunes, sus efectos en el juego político y varias consideraciones normativas. A grandes rasgos y simplificando, existen dos grandes familias de sistemas electorales: los pluralistas-mayoritarios y los proporcionales. En este artículo abordaremos los primeros para que cada uno pueda formarse una opinión.
Aclaraciones previas
Aunque a menudo se usan como sinónimos, ley electoral y sistema electoral no lo son. Una ley electoral regula el funcionamiento de las elecciones, incluyendo numerosos aspectos, como centros de votación, calendario, recursos humanos y materiales, etc. Un elemento en concreto que regula la ley electoral es el sistema electoral, el mecanismo por el cual los votos se traducen en representantes electos. En esta entrada nos centraremos en aquellos sistemas que sirven para elegir representantes en cámaras de distinta índole, desde parlamentos nacionales hasta consistorios municipales, dejando de lado otros tipos de elecciones.
Los sistemas pluralistas-mayoritarios
En este modelo el territorio donde se vota se divide en pequeñas circunscripciones donde los respectivos electores eligen a uno (lo habitual) o varios representantes. El elemento fundamental es que mientras los candidatos ganadores obtienen los escaños en juego, todos los demás se quedan con las manos vacías: «the winner takes it all». Es decir, si en la circunscripción X se reparte 1 escaño, el candidato más votado lo obtendrá con independencia de cuántos votos hayan obtenido los demás candidatos.
La diferencia entre los modelos pluralistas y los mayoritarios es que en los primeros no se requiere que el ganador alcance un resultado mínimo para llevarse los escaños de su circunscripción, mientras que en los segundos sí. Así pues, en un sistema pluralista es indiferente que el vencedor gane a los demás candidatos por un voto o por miles. Este es el modelo del Reino Unido (‘first-past-the-post‘) o de Estados Unidos.
En cambio, en el sistema mayoritario se requiere que el ganador alcance un determinado número mínimo de votos, ya sea a través de algún sofisticado mecanismo de ordenación de preferencias, o ya sea a través de algún tipo de segunda ronda de votación donde pasen los candidatos más votados en la primera. El caso más conocido en este sentido es el francés.
Efectos y consecuencias políticas
Está ampliamente estudiado que estos sistemas tienden a disminuir el número efectivo de partidos, pues es habitual que los electores concentren su voto en aquellos partidos con más posibilidades de obtener escaños. Esto se ve claramente en los ya mencionados casos del Reino Unido y Estados Unidos, que han desarrollado sistemas en que el voto se concentra en dos grandes partidos a izquierda y derecha. Este comportamiento del electorado es perfectamente racional, ya que todos los votos que no se dirigen a los partidos ganadores de escaños son “tirados a la basura”, pues no encontrarán ningún tipo de representación. En muchas circunscripciones esto es estructural. Dada la composición sociodemográfica de ciertos territorios, hay circunscripciones que se consideren distritos “seguros” para algunos partidos, haciendo muy poco competitivas las elecciones que allí se celebren. Por ejemplo, en Estados Unidos el Partido Demócrata lo tiene muy difícil para obtener representantes en distritos de la América rural, por ser comunidades mayoritariamente conservadoras en lo moral, religiosas, a favor de un Estado pequeño, etc. A su vez, el Partido Republicano lo tiene muy difícil para obtener representantes en distritos de la costa californiana, al ser comunidades mayoritariamente progresistas en lo moral, poco religiosas, a favor de un Estado intervencionista, etc.
Por lo tanto, la primera consecuencia clara que se deriva de esta clase de sistemas es un efecto mayoritario, esto es, es el favorecimiento de los partidos más grandes al acabar concentrado el voto en ellos. Pero no solo eso, dado que todos los votos que no se han dirigido al partido ganador de cada distrito no obtienen representación, los partidos ganadores obtienen una representación aún mayor de la que proporcionalmente les corresponde. Por ello en este modelo es habitual encontrar partidos con mayorías parlamentarias absolutas aun habiendo obtenido un apoyo en votos muy inferior al 50%.
Por su parte, los partidos pequeños, incluso teniendo un número de votos nada desdeñable, pueden acabar con poca o ninguna representación en el parlamento. Véase el caso de los LibDems, los Verdes o el UKIP en el sistema británico. Con una excepción: si el partido tiene pocos votos en global pero muy concentrados en pocas circunscripciones, puede obtener un número sobredimensionado de representantes, como es el caso del actual Partido Nacional Escocés.
El segundo efecto de este tipo de sistemas es el del prorrateo desigual, esto es, la relación entre los escaños a repartir y la población en cada distrito. Este efecto no tendría por qué darse necesariamente, pero es habitual. Sucede que hay circunscripciones que eligen a uno o varios diputados teniendo muy poca población, mientras que otras eligen al mismo número de representantes con una población mucho mayor. Es decir, que un escaño puede ser más caro o más barato en función de la circunscripción donde se vote. Se rompe pues el principio de “una persona, un voto”. Así, siguiendo con el ejemplo de Estados Unidos, el rango de la población de los distritos puede variar desde medio millón de habitantes hasta casi un millón, eligiendo indistintamente siempre un único representante.
Este segundo efecto no sería tan relevante si los apoyos de los partidos se distribuyeran aleatoriamente en el territorio, pero sabemos que eso no es así. Un partido que concentre sus apoyos en las áreas menos pobladas puede obtener unos resultados aún más desproporcionadamente altos de los que el sistema mayoritario ya le otorga. Es el caso del Partido Republicano en Estados Unidos con su dominio en las zonas rurales. De hecho, este efecto puede llevar hasta el punto de que el partido ganador de las elecciones haya obtenido menos votos que el perdedor, como fueron los casos de Donald Trump en 2016 y George W. Bush en 2000 en las elecciones presidenciales.
De hecho, el diseño territorial de los distritos es fundamental, pues influye directamente en el resultado de las elecciones. En Estados Unidos hasta existe un concepto llamado Gerrymandering para hacer referencia a la manipulación en el diseño de los distritos de modo que se incluyan o no barrios o hasta calles cuyos habitantes tengan unas preferencias electorales que propicien cierto resultado. De hecho, existe una polémica considerable sobre este fenómeno en algunos Estados, que ha llevado incluso a plantear recursos de inconstitucionalidad. Cabe decir que el Reino Unido y Canadá no presentan esta característica (o al menos en tanta intensidad) a pesar de tener el mismo sistema electoral, lo que lo convierte en una peculiaridad del caso estadounidense.
Por otro lado, una virtud de este sistema a menudo citada es que al tener que elegir uno o unos pocos representantes en lugares relativamente pequeños, estos deben dedicar mucha más atención a sus electores, puesto que la relación es muy directa y su reelección depende de ello. Existe pues mayor rendimiento de cuentas de los representantes hacia la ciudadanía. Por las mismas razones, los representantes también se esfuerzan más en defender mejor los intereses de cada territorio.
Otro aspecto positivo a menudo mencionado es que estos sistemas propician una gobernabilidad más estable. Al disminuir el número de partidos efectivos, los parlamentos tienden a elegir más gobiernos monocolores y estos tienden a mantenerse más tiempo en el poder, evitando situaciones de alta inestabilidad política como las que se pueden dar en mayor medida en los sistemas proporcionales.
El último aspecto a comentar es el efecto en la estructura y poder de los partidos políticos. Dado que como hemos dicho el representante lo es en virtud de la confianza directa de sus vecinos, este debería estar más preocupado por satisfacerlos a ellos que a su propio partido. Por lo tanto, el control y uniformidad que los partidos ejercen sobre sus cargos electos será menor. El caso paradigmático es Estados Unidos, donde muy a menudo vemos representantes votando cuestiones en la línea contraria de la que marca su propio partido.
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